lunes, 20 de abril de 2009

Los peligros del contagio

Agustín, que es un hipocondríaco sin remedio (nunca más oportuno el lugar común), ha notado síntomas extraños desde la tarde. Ahora es medianoche y las sensaciones tempranas se han transformado en presagios de una inminencia de gravedad. Teme haberse contagiado algún mal galopante. Una ola de calor lo abrasa y lo abraza, el corazón le hace tucutún-tucutún y se abre la ducha de su frente. Alarmado, llama a su amigo Carlos, que también es su médico personal.

Carlos está ensimismado con una escena de suspenso de la serie Emergencias Médicas, se sobresalta con el timbrazo del teléfono (“ ¡Ufa! , ¡Tengo que instalarme un ring-tone!” ) . Cuando oye la voz angustiada de Agustín clamando ayuda ante el umbral del infinito, sabe que no es nada grave. Se tranquiliza y lo tranquiliza, pero, Agustín, digno de Molière, insiste con el contagio de algo malo. Luego de unos minutos, Carlos consigue calmar la neurosis de su amigo y le dice que al otro día irá a verlo. El falso enfermo responde que no vaya, pues él también podría contagiarse el mal. Carlos, ducho en las mañas de Agustín, le dice que, A: que él está vacunado contra los contagios por tantos años de hospital y B: que lo quiere mucho y nunca tuvo miedo a los contagios y va a ir a acompañarlo un rato, como buen amigo.

Agustín recibe la visita de Carlos la tarde siguiente. Está demacrado, algo vacilante, algo inseguro; pero su estado no es grave ni mucho menos, aunque siempre mantiene encendidos sus temores a los contagios. Carlos, acostumbrado a su ritual de revisar la limpieza de la vajilla y los cubiertos en los restaurantes; la transparencia de las copas y muchos otros ticks recurrentes, hace caso omiso de sus advertencias. Pasan la tarde charlando y al retirarse Carlos el enfermo parece haber recuperado su aspecto normal, aunque otra vez saca a relucir su retahíla sobre el peligro de los contagio.

Carlos, al día siguiente, atiende una llamada de Agustín que se muestra enojadísimo. Carlos no puede articular palabras ante la cascada de frases airadas de su amigo.

-¿Te acordás de todas las prevenciones que yo tenía para evitar un contagio y que a vos te resbalaban? Bueno, ¡ahora estoy muy, pero muy mal!...

Carlos alcanza a preguntar cuál es el síntoma que sufre y recibe esta respuesta:

-¡ Te hablé mil veces sobre el peligro de los contagios, desgraciado! ¡Hoy no tengo ningún síntoma! …¡Me contagiaste la salud!


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