martes, 21 de abril de 2009

Historias de Ombu Caido (parte 2)

A pesar de su aparente distención, Pereyra estaba muy preocupado por los acontecimientos. La situación era paradojal. Varios testigos intachables aseguraban haber visto merodeando por los lugares donde se cometieran los delitos, las siluetas de una pareja entre las sombras, con gran parecido a los ingenieros que estaban haciendo las mediciones para el trazado de la nueva ruta, sin embargo, él mismo era testigo de que ellos habían pasado las noches en el club.
Cuando llegó a su casa la cabeza le daba vueltas sin hallar una salida lógica. Conocía esos estados mentales que se apoderaban de él en los momentos cruciales de su trabajo. Ni pensar en ir a dormir. Su mujer, acostumbrada a las llegadas de madrugada, ya dormía desde hacía varias horas. Pereyra se encerró en la cocina con una pava de agua preparada para matear y su “biblia”, las obras completas de Shakespeare.
-Sé que don Guillermo me va a tirar una cuarta, como lo ha hecho siempre –soliloqueó mientras se acomodaba para recorrer el libro.
Al cabo de un largo rato de repaso y lectura de las obras del gran poeta inglés, un grito casi salvaje que anuncia una mezcla de sorpresa y alegría, atraviesa la puerta cerrada de la cocina y se expande por toda la casa. Su mujer aparece en camisón, a medio dormir, alarmada por el alarido del marido. Pereyra, saltando de alegría, la tranquiliza y le dice que inmediatamente irá a “La Socorrida” para ver a su hermano.
- ¿Qué tenés con tu hermano, últimamente, si ya juiste antiyer a verlo?
-Quedate tranquila, negrita, esta es una visita de trabajo. A la tardecita viá estar de vuelta.
Antes de emprender el viaje el comisario se encuentra de pasada con el cabo en la comisaría y habla unos minutos con él.
Durante el transcurso del día se han ido haciendo más intensos los comentarios sobre los hurtos, hasta llegar a violentas discusiones entre los socios del club. Esa noche, al llegar los forasteros a club, uno de los socios más exaltados, víctima también de los robos, les llega a decir en su propia cara que sospecha de ellos, a lo que el ingeniero Ortigosa le responde con un tono de suficiencia casi insolente.
-Me parece caballero que el vino de Ribeiro no le ha caído muy bien, ya que ustedes mismo s que nos acusan son los testigos de nuestra presencia aquí, mientras se han cometido los robos...
Ante ese argumento irrefutable, a los acalorados socios no les queda otra alternativa que tragarse la rabia contenida. Al rato cae Pereyra, y con su bonhomía y espíritu gregario logra aquietar las aguas una vez más.
Después de la cena, durante el juego de cartas, los ingenieros dejan traslucir su intención de abandonar el pueblo para continuar su tarea en otros pagos por donde cruzará la ruta, a pesar de no haberse resarcido de la ”peluqueada” que le están infligiendo los locales y de la que piensan resarcirse esta última noche.
- No vayan a creer que nuestra partida es una consecuencia de la casualidad por los sucesos desagradables que están ocurriendo, ni que estamos enemistados con ustedes ,–señala Ortigosa, contemporizador- es que hoy hemos terminado las mediciones de esta zona y nuestras obligaciones nos reclaman en otros lados. Espero…–se sonríe para terminar la frase- espero que no guarden recelo contra nosotros, ya que hasta el comisario es testigo de que hemos pasado las noches aquí, y usted sabe que decimos la verdad, comisario….
El ingeniero Ortigosa acaba de pronunciar estas palabras en un momento en que la partida de truco se ha puesto caliente. Le toca la jugada pica-pica con Pereyra y han cargado la apuesta hasta el nivel de lo perdido en las noches anteriores.
-Con eso de la verdad, vaya a saber… -responde socarrón Pereyra, mientras orejea sus cartas- En el truco siempre se miente…
-¿Dijo truco?... ¡quiero, y retruco! –casi grita el ingeniero, incorporándose a medias de su silla.
-¡Quiero…y vale por cuatro! –responde acalorado Pereyra.
El forastero pone sobre la mesa con un fuerte ademán, el as de bastos , golpeando con los nudillos en la madera y cuando Pereyra se apronta para jugar su carta se produce un revuelo general. Murmullos y fuertes exclamaciones de sorpresa invaden el ámbito, y no es por el suspenso del juego, sino porque en la entrada del salón acaban de aparecer los dos forasteros esposados, llevados del brazo por el comisario Pereyra. Por un instante la sorpresa y el estupor reinan en el ambiente. Los forasteros que estaban jugando a las cartas se levantan como un rayo de la mesa e intentan huir por la salida del fondo, pero el cabo Mendieta aparece sorpresivamente desde el interior de la cocina y les cierra el paso antes de que puedan escapar.
Haciendo ademanes tranquilizadores, el comisario que jugaba a las cartas y los dos forasteros detenidos por el cabo Mendieta, se enfrentan al comisario Pereyra que ingresó al salón con sus dos detenidos. Por unos segundos la escena remeda la visión que produciría un gran espejo, con un trío enfrentándose a otro gemelo, hasta que el comisario que estaba en el salón prorrumpe en una sonora carcajada.
-¡Juá, juá, juá! ¡Por poco no nos han engañado estos sabandijas! Señores –continúa Pereyra dirigiéndose a los socios del club- les presento a este par de mellizos que se habían organizado para desvalijar los comercios y las casa de algunos con más platita en los pueblos de la provincia, con el cuento de la ruta.
Ante el estupor general, el comisario continúa:
-Una pareja de estos cuatro cachafaces se hace pasar por ingenieros agrimensores y con el cuento del trazado de una nueva ruta, se presenta en sociedad. Endemientras todos están con ellos , y establecen una coartada perfecta , la otra pareja de mellizos aprovecha a salir p’afanar. Hacen este jueguito dos o tres días y se toman las de villadiego antes de que les descubra el pastel, para repetir el mismo trabajito en otro pueblo lejano; y entuavía sospecho que los teodolitos y otros chirimbolos que usan para hacer la pantomima de la medición del terreno, es capaz que también sean robaos.
Por eso buscan una habitación en los hoteles con salida de servicio, para hacer la cambiadita de parejas. Seguro que en la que tomaron en el “Roma” hallaremos lo robado en algún baúl.
-¡Me ha dejado turulato, comisario! ¿Cómo se dio cuenta de una maniobra tan ingeniosa? -pregunta alelado el presidente del club.
-Fue por dos cosas, don Alcibíades –explica algo infatuado Pereyra- La primera, por mi afición al gran Chéspir; cuando el asunto se puso peliagudo me pasé casi una noche revisando sus obras completas, hasta que me topé con “La Comedia de los errores”, también conocida como “Comedia de las equivocaciones”, la obra más corta de todas las que escribió Chéspir, cuyos protagonistas principales son también dos pares de mellizos con unos nombres rarísimos: dos se llaman Dromio y los otros dos, que en la obra son sus sirvientes tienen Antífolo por apelativo. Se forman dos parejas de Dromio y Antífolo que, habiendo sido separadas por un temporal en el mar, siendo muy chiquitos, vuelven a habitar los cuatro, ya hombres, en la misma ciudad, ignorando cada pareja que la otra había sobrevivido a la tormenta, y sin saber que el destino los ha vuelto a reunir. Y como los gemelos tienen temperamentos y costumbres muy diferentes y los miembros de una pareja han formado sus hogares, pero los de la pareja que llega son unos tarambanas, se arman unos líos bárbaros porque los vecinos del pueblo los confunden en sus acciones. Aunque siguen otras cosas muy interesantes, esa parte de la obra fue lo que me dio la pista para aclarar este entuerto.
El comisario se acerca a la mesa, toma un trago de vino y aclara su garganta para continuar:
-Y la segunda cosa, don Alcibíades es que… ¡mi hermano y yo también somos mellizos! Así que, cuando me desayuné del plan de estos indinos lo fui a ver a mi hermanito y le presté un uniforme, para que él, en mi nombre, los buscara mientras nosotros estábamos acá en el clú haciéndoles el aguante a estos mandingas…trabajando para ellos, bah, ¡y los pescó con las manos en la masa! Los sabandijas, que representaban ese doble papel y creían que me tenían agarrao por los pieses, ¡acaban de recibir la misma medicina!
Todos los presentes están como congelados ante tamaña revelación. El comisario, después de otra visita al vaso, cierra su discurso, exclamando ampulosamente:
-Así que ya lo ven, ¡no hay con que darle al Cisne de Avon! –y luego de una brevísima pausa, continúa- Y ahora me van a disculpar un momento, porque entuavía me falta algo que terminar con el ingeniero Ortigosa número uno, ¡y es la jugada del truco que con todo este depelote resultó inconclusa!
Pereyra se acerca a la mesa de juego, recoge una carta que está con el dorso hacia arriba en la ubicación que él ocupaba, cerca del as de bastos jugado por Ortigosa; con la lengua le humedece el envés, luego, merced a un fuerte impulso, se la pega en la frente, y entre una oleada de aplausos y vítores avanza su cabeza con un gesto burlón hacia todos los presentes, pero, en especial, dirigiéndose a su contrincante, para mostrarle el naipe.
Es el as de espadas.

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