viernes, 17 de agosto de 2007

Ya tiene psicólogo el pueblo

Historias de Ombú Caído


Ombú Caído, verano de l995

Sr. Ignacio García Licenciado en Psicología
Estimado amigo y colega:
Ya tiene psicólogo el pueblo


Tal vez te extrañen estas líneas después de dos años de ausencia mía "de los lugares que solía frecuentar" (como dicen las crónicas policiales) en Buenos Aires, donde charlábamos hasta la madrugada entre cerveza y cerveza tratando de arreglar el mundo y nuestros destinos personales.

Hacía ya mas de un año que después de sudar la gota gorda en los finales habíamos obtenido las licenciaturas que nos autorizan a explorar el alma de nuestros semejantes y estábamos descorazonados pues solo conseguíamos algún que otro empleo temporal para colaborar con departamentos de Recursos Humanos... Pero, no quiero irme por las ramas. La idea principal de esta carta es contarte que ocurrió en mi vida durante este tiempo, que no deja de ser una historia interesante. Voy al grano: como habrás podido observar, estas líneas están escritas en Ombú Caído, un pueblito tranquilo de la pampa bonaerense, donde yo siempre venía a pasar unos días en el verano. Pues bien, la última vez que vine lo encontré algo cambiado, o, mejor dicho, el cambio se notaba en sus habitantes, que siempre eran amables y conversadores en la calle o en los encuentros casuales, y ahora los veía taciturnos, encerrados en sus propios pensamientos, rehuyendo los contactos, aislados de sus vecinos. Una tarde fui a tomar un vino al boliche de don Telésforo, un viejo paisano que había ido reduciendo su almacén de ramos generales hasta quedarse sólo con el despacho de bebidas y algunas picadas.

-¿Que pasa en el pueblo? -le pregunté al viejo mientras comía un pedacito de queso de rallar.

-¡Déjeme de embromar, m'hijo, parece que andan todos con cara de culo! -el exabrupto surgió espontáneo, como si mi pregunta hubiera actuado como disparador- Luego, ya mas calmado, continuó:

-Mire~ Miguel, yo no sé que diablos esta pasando con la gente, acá; sobre todo con los de cuarenta para arriba. Desde hace cosa de meses, tiempo en que se instaló el supermercado ése en el bulevar, o, tal vez, un poco dispués, la gente empezó a mezquinar el saludo o el parrafito, como si todos quisieran aislarse en sus pensamientos, ¡Fíjese que hasta usté que viene los veranos no más, se ha dado cuenta!, y pa' mí la cosa va pa' pior; ¡ya he visto algunos que andan hablando solos por las calles!...

Me despedí del viejo con el misterio dándome vueltas. "Pueblo chico, infierno grande" era la única reflexión que se me ocurría. A la mañana siguiente, salí temprano para ir a comprar yerba en el almacén de Lina. Siempre que iba al pueblo pasaba a saludarla y me quedaba largos ratos en el negocio con cualquier excusa, sólo para oír a sus clientes. Lina les ponía la oreja a todos: Martha, la maestra jardinera (mejor dicho, maestra del Jardín de Infantes), le contaba su que hijito había pescado una angina que se la diagnosticaron como un falso crup y tuvo que salir corriendo en una noche de tormenta, con el chico que se ahogaba; la señora del herrero, que venía a comprar azúcar porque le habían recomendado ponérsela para cicatrizar unas úlceras que tenía en las piernas; el diariero de la esquina se lamentaba porque ya lo habían asaltado seis veces, y así por el estilo.

Imaginate, para mí era una experiencia notable; podía apreciar en la realidad muchísimas cosas que conocíamos sólo por los libros. Te puedo decir que decir que casi aprendí más en el almacén de Lina, que en la Facu. Yo mismo me hacía este chiste: "Será porque hay más alma en el almacén, que en Facultad?".
Para hacértela corta, así era el ambiente que yo iba a respirar durante mis vacaciones en Ombú Caído y grande fué mi sorpresa y decepción cuando llegue esa mañana a la esquina del almacén y el diariero me dijo que Lina había tenido que cerrar el negocio por la competencia brutal del supermercado del boulevar... Te aseguro que en ese momento fue como si se me abriera la cabeza: en una millonésima de segundo comprendí todo el misterio del pueblo. Lina, al cerrar el negocio había cerrado también la válvula de escape de las cargas psíquicas (¿o les decimos "muffas"?) de la pobre gente de Ombú Caído, que ahora no tenía desahogo para sus conflictos.

Hablé con el médico; no había psicoanalista en el pueblo y muchos ni siquiera sabían para que era "eso". Entonces, entre broma y serio, conseguí una sala y me instale como psicólogo, y aunque el médico aconsejaba a sus pacientes que me vieran, te aseguro que no venía nadie, hasta que, un día se me ocurrió hacer unos volantes con un texto mas o menos así: "Venga al consultorio de Miguel para contarle sus cosas como se las contaba a Lina en el almacén". Alguno apareció tímidamente, otro, después; yo les decía que tuvieran confianza, que era como si hablaran con Lina, y ellos se distendían. E1 asunto es que hoy día soy el psicólogo de Ombú Caído y todos me saludan con respeto al verme. E1 pueblo volvió a recuperar la sonrisa y las charlas entre la gente, que el supermercado del boulevar, con tantas góndolas de plástico e instalaciones cromadas, no les da oportunidad de practicar. Te preguntarás que paso con Lina. Pues, ¡me casé con ella!. Tiene unos hermosos ojos celestes del norte de Italia y un cuerpito de Regio Calabria. Es una excelente ama de casa, cuida con mucho celo a nuestro pequeño Sigmund y, además,¡resultó ser un extraordinario archivo mental de pacientes actuales y futuros!... A la espera de tus novedades, te abraza tu colega,

Miguel Román
Psicólogo de Ombú Caído .

lunes, 13 de agosto de 2007

Manuscrito hallado

Soy ateo. En realidad, más que eso,soy antidiós. ¿Cómo me van a venir a mí, un escritor famoso destacado por su gran creatividad, con el cuentito de la Creación, la Omnipotencia y la manzana, si yo puedo imaginar lo mismo y mucho más en una sola página?

Muchas veces lo he desafiado a ese señor Dios para que se manifieste pero, por supuesto, nunca lo ha hecho. En este momento que miro el parque de mi mansión y veo un simpático hornero caminando por el cesped, le hago otro desafío, a ver si alguna vez acepta: ¡Que yo desaparezca cuando el pájaro alce el vuelo! ¡Ja!, el hornero sigue orondo en el cesped; ahora mira hacia arriba y parece que quiere volar.¡Sí!, ya levanta el vue

martes, 7 de agosto de 2007

Retratos en stand Feria del Libro

Jaime Barylko

Norman Erlich

Marcos Zuker


lunes, 6 de agosto de 2007

Perro Mundo

Perro Mundo (publicado en diario La Nacion)






jueves, 2 de agosto de 2007

Mar azul. Cielo azul. Blanca vela.

Después de tanta espera, el gran día había llegado. La final del torneo mundial de pesca no sólo era ansiada por los participantes clasificados para ese extraordinario suceso, sino por todo el público. Su realización se había visto demorada por cuestiones técnicas que debían resolverse para hacer posible el encuentro. Uno de los puntos fundamentales era establecer las coordenadas donde se haría la competencia. La búsqueda demandó mucho tiempo, a pesar de que los organizadores contaban con elementos de última tecnología: sonares de alta frecuencia, visores de rayos laser y pantallas de plasma líquido, con detectores de movimientos submarinos, y sensores atómicos conectados con naves de propulsión magnética que pueden deslizarse sobre el agua sin tocarla ni producir oleaje.

Los medios de comunicación electronicós satelitales habían creado la expectativa internacional por el acontecimiento. La fecha tambien se había escogido siguiendo todas las informaciones de los aparatos meteorólogicos instalados en sondas espaciales, y, así, en ese día magnífico de sol en un cielo sin nubes, y el mar en la bahía elegida semejando un espejo azul verdoso, comenzó el torneo.

El público colmaba todos los lugares posibles además de los que estaban destinados a las autoridades y espectadores; la gente llegada de las más dispares latitudes atestaba la rambla de poliester ornamentada con frondosas plantas tropicales de aterciopeladas hojas de neoprene y lujuriantes flores de resinas policromáticas; los más jovenes trepaban a los árboles de acrílico para ver desde allí las pequeñas embarcaciones, joyas del diseño, modeladas con los mejores materiales sintéticos, con velas blanquísimas. En ellas, los pescadores semifinalistas de pruebas anteriores muy disputadas, siguiendo las reglas de la competencia debían utilizar solo viejas cañas de fibra de vidrio y, como cebo, otra antiguedad: moscas de filamentos de nylon. Con esos elementos encararían la ardua tarea que podía convertir a solo uno de ellos en un privilegiado triunfador mundial, único en la historia.

La Tierra ya habia girado bastante ese día y el sol iba transitando
su ruta celestial, los pescadores echaron mano a su paciencia por última vez y el publico, que se inquietaba con el transcurrir de las horas, devoraba las vituallas sintéticas y transgénicas que había llevado. Pronto el suelo quedó sembrado de etiquetas, botellas, servilletas, bandejas y envases de plástico que mas tarde recogería la megaspiradora para ser reciclados y usados en nuevas aplicaciones, pavimentos, construcciones, o para fabricar otros envases.

A pesar de la impaciencia que la espera producía en la muchedumbre, el ámbito se hallaba sumido en un silencio absoluto. Todos eran conscientes de que estaban viviendo momentos que serían un hito en la trayectoria de la Humanidad.

La tarde comenzaba a declinar y la escena parecía la imágen fija de una pantalla de cuarzo ionizado, o una olvidada fotocolor con respaldo de papel; todo estaba paralizado, como si el tiempo se hubiese detenido.

De pronto surgió un relumbrón fugaz en el agua. La multitud se tensó presintiendo algo importante. A los pocos segundos volvió a la superficie la huidiza visión plateada y un instante después, el pez, izado por la mano del pescador, surcaba el aire en un arco efímero, ascendente y final.

Entonces, la imagen estática explotó. Un estentóreo grito surgió unánime de todas las gargantas, como una atronadora rúbrica para la emoción contenida antes de la inminente culminación.

La presa, aterrorizada por el fuerte clamor, hizo una extraña contracción, se soltó del anzuelo, hundiéndose en el mar en medio de un borbollón de espuma, y desapareció.

Habría que esperar otra oportunidad para pescar ese pez, el último de todos los mares de la Tierra.

Nota: El título de este relato ha sido tomado de un poema de Arturo Cuadrado, en homenaje.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Este país...



Hay algunos nombres que además de identificar a las personas, influyen en el destino de quienes los llevan. Es como si los padres, al decidir cómo se ha de llamarese tierno recién nacido hubiesen podido entrever su personalidad, o bien, como si el peso del nombre obrara en aquel que lo posee, arrastrándolo con su influencia.

Uno de esos casos era el de Prudencio Perfecto. Nadie había visto nunca una persona tan identificada con su nombre. Prudencio era medido en el hablar, humilde al dirigirse a su jefe, cauto cuando respondíia a sus preguntas. Programaba hasta en los mínimos detalles todo su acconar cotidiano y nunca se apartaba del plan fijado. En síntesis, Prudencio era prudente y, además, metódico al summun. En su vida no ocurrían sucesos imprevistos, no había desbordes y hasta casi podría decirse que tampoco existían para él las emociones. Según algunos compañeros de oficina, em el fondo, era un inhibido, un cobarde, bah. Otros, menos cerebrales, al verlo organizado en exceso, lo hacían objeto de sus bromas.

-¡Dale, Prudencio! ¿Sos un tipo o una computadora?... -decía uno.

-¡Vos te preocupás tanto por cumplir con todas las leyes y ordenanzas cuando nadie les da bola!- exclamaba otro, y un tercero agregaba:

-No podés vivir a contrapelo, viejo... ¿No ves que este pais es una joda?

Los comentarios, en general, no lo molestaban, pero esta última frase le revolvía las entrañas. Lo hería por su cinismo y por la difusión que había alcanzado. Pero más le molestaba que toda la gente se hubiera abandonado a esa filosofía. Según Prudencio, ya nadie respetaba a los demás y -mucho peor- ni siquiera se respetaba a sí mismo. Era la pérdida de la moral, la selva en la ciudad. El caos. Sin embargo, él no abandonaba sus convicciones. Nada alteraría su dogma de buen ciudadano. Prudencio Perfecto jamás arrojaba un papel fuera de lugar, no escupía en el suelo ni cruzaba la calle si el semáforo no se lo indicaba.

Precisamente, esta ahora parado en una esquina esperando la luz que lo autorice a bajar a la calzada. Piensa cómo es posible que los coches no atropellen a los imprudentes que de puros vivos cruzan "de contrabando" mientras los vehículos pasan zumbando como avispones metálicos. La gente suele reunirse en grupos en la esquina a la espera de la luz para cruzar, pero, si el fluir de de los automóviles se hace menos intenso antes del cambio de luz, nuca falta el grupo que se anticipa a llegar a la acera opuesta, con bastante imprudencia.

Justamente, ahora sucede eso, pero él, Prudencio, nunca lo hará, no señor. ¿A qué lleva tanto apuro, sino a una posible desgracia? Así pues, se ha quedado solo en la esquina, aguardando la luz que le permita cruzar. Todos los impacientes ya lo han hecho, aprovechando que no hay automóviles a la vista. Luego de unos segundos la luz cambia y, entonces, Prudencio, ejerciendo el derecho que le avala el hombrecito blanco, cruza con paso firme y lentamente, casi con majestad.

De pronto, un automovilista inconciente avanza ignorando la luz roja. Bocinazo. Chirridos. Vidrios rotos. Golpe sordo y Prudencio está en el suelo sin saber que se muere. Su mente es una nebulosa y, entre las piernas de la gente que alcanza a ver en forma borrosa, oye voces, gritos..

Antes de sumirse en la oscuridad total, una frase de algún curioso le llega nítida:

-Este pais es una joda...

Marcel Duchamp desnudado por el humor célibe

Marcel Duchamp se estaba duchando cuando se acordó que faltaban solo dos días para enviar alguna obra al Salón de los Independientes que se anunciaba en Nueva York. "-No puedo hacer otro desnudo bajando la escalera -pensó- porque cuando la modelo vió la obra me dio un cachetazo, se fue y no la vi más. Que lástima, ahora podría enfocarla subiendo la escalera, que también era una visión muy interesante; sin embargo, alguna cosa tengo que mandar. Si escapé de Paris para que no me enrolaran en el ejército, debo hacer algo que justifique mi presencia acá." Y como era muy ducho para pensar bajo la ducha, Duchamp vio en ese momento el inodoro y un ralámpago cruzó por su mente. Había tantas tendencias artísticas que estaban en boga y otras que se insinuaban que merecían ir a parar a ese artefacto, que se le ocurrió una idea genial: lo presentaría como una obra que las resumiera a todas, ¡sería la síntesis del arte del momento! Le puso como título "La Fuente", no por el agua que por ella corre, sino como el origen de los nuevos caminos en el arte.

A pesar de todos los inconvenientes que le ocasionó ese envío (los amigos que lo visitaban, al no haber inodoro en el baño, orinaban en cualquier rincón de la casa), que había firmado con un seudónimo, por las dudas, -R. Mutt, que en inglés significa tonto, zoquete- Marcel no fue comprendido. Tampoco lo entendieron cuando en otro apuro por entregar una obra había montado una rueda de su bicicleta -que tenía desarmada para arreglarla- con el nombre de "Escultura". "-Estoy en el Nuevo Mundo, ¿no? -se decía- entonces soy como Adán: les doy un nombre a las cosas y por esa sola decisión mía ellas adquieren la escencia de obra de arte".

En esos días de la inauguración de la muestra fue a comprarse un traje y el sastre le preguntó, en pleno empuje de la producción en serie:

-¿Cómo lo quiere, signore? (Porque era del Ponto del Broccolino), ¿Sobre medida o "ready made"? (*)

Marcel reaccionó instantáneamente: le dio un fuerte abrazo al sastre, mientras lo besaba en las mejillas y reía como un loco.

-¡Gracias mesié! ¡Me ha dado el nombre de mi nuevo estilo artístico!"

El sastre , aunque no entendía nada de arte, aprovechó su euforia y le cobró el "ready-made" como si fuera de medida. Dicen que eso fue otra gran experiencia para Duchamp; él también haría lo mismo con sus obras.

En 1917, cuando USA entró en la Primera Guerra Mundial apareció otra vez el asunto del reclutamiento. Marcel (aunque esta vez no se estaba duchando) tuvo otra gran idea: "- A mí no me USAn!"-pensó-, y se vino para Buenos Aires.

Acá estuvo atorrando la mayor parte del tiempo y se pasaba los días sacándole virutas a trozos de madera, pero decía que se ocupaba del ajedrez, que era más fino, y como no tenía plata para comprar un juego en el bazar Costa, se talló uno que después anduvo mostrando por ahí.

Aquí podría haber conocido a un pintor andaluz, José Delgado, que había decorado el teatro Avenida con decadentes angelitos "bagocos" y tambén había pintado vidrios de propaganda para el té Lipton. Eso pudo haberle dado a Marcel la idea de su obra "Para ser mirada del otro lado del vidrio con un solo ojo, de cerca, durante casi una hora". También le escribió a su hermana Suzanne explicándole cómo podia hacer el "Ready-Made Desdichado", pero nunca llegó a realizarlo; es que él opinaba que "es más interesante pensar un trabajo que realizarlo" (Este Marcel cada vez me gusta más, merecería haber sido argentino).

En una ocasión, cuando estaba comiendo fideos en el restaurant "Chiquín" se le ocurrió otra obra: el "Metro de Azar en Conserva". Para obtenerlo basta tomar un tallarín, digo, un piolín de un metro de largo, sostenerlo a un metro del suelo y dejarlo caer de golpe. Las curvas graciosas así obtenidas -debidas al puro azar- podian conservarse apoyando un cartón engomado sobre el piolín (con la parte en gomada enfrentando el el piolín, of course). Cuarenta años depués, los creativos porteños seguían haciendo lo mismo con pedacitos de paples de colores. Según Les Lublin, acá se le ocurrió otro de sus seudónimos: Rrose Sélavy (así, con Rr en Rrose). Yo me pregunto: ¿Qué piringundines habrá frecuentado aquí, en BAires?¿Escucharía a Gardel-Razzano?¿Habrá visto la obra "Juan Moreira", o los monólogos de Parravicini? (¡Que tema le estoy tirando a María Esther de Miguel para una novela!) Lo cierto es que si lo hizo no les inspiraron ningún "Ready-Made".

Cuando finaliza la guerra vuelve a NY. Allí inconcluye "El Gran Vidrio" en 1923, con su título algo erótico de "La novia desnudada por sus propios solteros", pero no es una pintura sobre vidrio como habría visto en Buenos Aires. Marcel resume la técnica empleada de esta manera: un marciano envía una carta a sus compatriotas para explicarles cómo se hace el amor en la Tierra. Pero, en Marte los pinceles y las pinturas no se conocen ¿Cómo representar las imágenes, entonces? Duchamp tenía una idea: un vidrio al que se ha cubierto con una capa de barniz que tarda en secarse, es colocado debajo de la cama. Tres meses después, cuando se le vaya pegando el polvo en las partes barnizadas, lucirá un grisado suave y a los seis el grisado será bien visible. ¿Era esto la anti-pintura, como se pretende, o sólo la simple fiaca de ponerse a pintar?

Otro de los grandes enigmas de su vida es cómo hizo para sobrevivir cincuenta años en Nueva York, cuando todos comentaban que no vendía nada. Siempre se rehusó a contestar esa pregunta. Algunos dicen que daba cursos de frencés y lecciones de ajedrez. Tambien parece que se ocupaba de la venta de esculturas de Brancusi, obteniendo alguna comisión por ello. Asesoraba al coleccionista Walter Arensberg a quien, poco a poco, le vendió casi toda su obra importante. Un día cuando Walter vio en conjunto lo que había comprado durante años, lo donó todo al Museo de Filadelfia. Otros dicen que, como era un chico buen mozo, no habría rechazado la compañia de damas adineradas.

"-¿La moral? -dijo alguna vez- No tiene importancia, cambia cada cincuenta años". Su última obra "Given: 1. The Waterfall, 2. The Gas Light", estaba destinada a voyeurs: había que espiarla a través de dos agujeros hechos en una puerta. Mucho título, mucho título, pero, al final se veía una mina flaca, casi un andrógino, desnuda, con las piernas abiertas y una linterna en la mano. Yacía en un jergón contra un fondo de un paiseje pastoral (pintado) donde hay una cascada (real). Para esta obra trabajó en soledad durante veinte años.

Detestaba a Picasso, admiraba a Matisse, pero ponía al poeta Mallarmé por encima de todos. Como Rossini o Rimbaud, abandonó pronto la creación. Siempre recordaba cuando en su juventud tomaban unas copas de más con Picabía y salían por ahí a pintarles barbitas a las Giocondas que se le ponían a tiro. Si le pedían explicaciones sobre sus obras, a las que él llamaba "mis pequeñas cosas", decía: "sólo las hice por el humos, por el placer".

Un amigo mío, que tiene dificultad en el habla, no puede decir "Duchamp", siempre le sale "Duchant". Pero, claro, él no sabe nada de arte.

Autores consultados: Douglas Davis, Otto Hahn, Jay Jacobs, Jorge López Anaya, Jorgelina Loubet, Lea Lublin, Octavio Paz y Herbert Reed.

(*) ready-made significa "ya hecho" o "de confección"