martes, 9 de octubre de 2007

Algunos personajes de Perro Mundo


Galeria de personajes hallada en el archivo del autor.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Una cuestión de tiempo (parte 1)

-Parece que al viejo le llegó la hora...

-No pierda tiempo en frases ingeniosas, Domínguez, y vaya a ver si la mucama ya se ha repuesto.

Mientras el sargento Domínguez va hacia la cocina, el inspector Sábato vuelve a recorrer con la vista la enorme sala de la casona. Se halla en medio de una escena casi onírica, digna de un cuadro de Salvador Dalí: decenas de relojes de todo tipo parecieran estar mirándolo como cíclopes mecánicos.En vitrinas y estantes se agrupan los más distintos tipos de máquinas que los hombres han construido para medir el paso del tiempo. Allí conviven modelos de sobremesa con los de bolsillo; de arena con clepsidras; los barrocos y recargados estilos de los reinados de Luis XIV y Luis XV junto a un seco y austero reloj decimal de la Revolución con su esfera dividida en cinco partes en lugar de las doce convencionales. Los altos y oscuros muebles de los diseños ingleses de péndulo y de pesas custodian el salón como adustos guardianes y en las paredes ya casi no queda un espacio libre entre los clásicos vieneses y la gracia de los cucú de la Selva Negra. Completa esa escena surrealista el cadáver de don Cronos Témpore, el hombre que ha reunido esas joyas de la artesanía y la técnica a través de los años ;se halla inmóvil como un reloj sin cuerda. Está sentado a su viejo escritorio, apoyado en el como si el sueño lo hubiera vencido. Por todos los rincones de la habitación se difunde el extraño sonido que producen tantos tictacs juntos. Por momentos, al policía se le figura que un centenar de viejecitas estuviera tejiendo bufandas y rozaran sus agujas.

-En vez de estar cuchicheando entre ustedes, podrían decirme qué pasó anoche en esta pieza! -exclama dirigiéndose a los relojes el inspector Sábato que, después de tanto tiempo de servicio en la Sección Homicidios, está un poco estresado.

-¿Me hablaba, señor? -dice el sargento al regresar de la cocina.

-No, sargento, me puse un poco nervioso pensando en que tenemos tantos testigos aquí que tan bien podrían orientarnos en la investigación; pero, igual descubriremos lo que pasó; claro que si pudieran declarar... Si al menos hablaran!-les grita a los relojes el inspector Sábato.

El primero que parece contestar al policía es un reloj cucú, y una fracción de segundo después el ámbito de la sala se llena de campanadas , carrillones, batintines y toda clase de sonería que anuncia las doce del mediodía.

-No se altere, señor, aguante un tiempo -sentencia el sargento- La mucama ya esta mejor...

En ese momento ingresan el médico forense y los técnicos de la División, que sin demora comienzan su trabajo. E1 inspector Sábato se dirije a la cocina y entabla una conversación campechana con la criada.

-¿Decime, m'ijita, hace mucho tiempo que trabajás acá? - pregunta.

-Varios años, inspector, aunque el señor Cronos me seguía pagando por horas -contesta la joven entre sollozo y sollozo- y para colmo, además del tiempo que me llevan los trabajos de la casa, tengo que limpiarles el polvo y darle cuerda a todos los relojes. Le digo la verdad, señor, el viejo Cronos es bastante miserable. Con decirle que me hace quedar levantada todos los viernes hasta pasadas las doce, para que recoja los vasos sucios de bebida y los ceniceros repletos que dejan después de las reuniones de los viernes él y sus amigos; .tres viejos coleccionistas medio chiflados y bastante atrevidos; con decirle que una noche, cuando me retiraba después de traerles bebidas y algo para picar, uno de ellos dijo: "¡Que lindo movimiento de ancas tiene esa maquinita, Cronos! Yo ni me dí vuelta ante esa grosería, inspector,¿Quién se creen que soy?

-Debe haber dicho "áncora", m'ijita, "áncora"...

-¿Y eso que es?

-Una pieza oscilante de relojería , la bastonera del tictac. Y decime, ¿quiénes son los coleccionistas de relojes de cuerda que no parecen estar muy cuerdos, que se juntan acá los viernes, como los chicos, para cambiar figuritas?

-E1 que mas discute o...mejor dicho, discutía con don Cronos, es Ledesma... -la mucama vacila y rompe a llorar al darse cuenta del tiempo correcto de1 verbo discutir que debe utilizar, y el inspector la conforma con unas palmaditas en las espalda.

-Ta'bien m'ijita,seguí, no más -dice paternalmente.

-Don Victoriano Ledesma siempre fanfarroneaba por alguna pieza nueva que había conseguido y venía a refregárselo en la cara a don Cronos. Discutían constantemente porque don Victoriano le quería comprar un reloj Ruckauf.

-Roskoff, m'ijita, Roskoff. Es una vieja y prestigiosa marca de relojes -aclara Sábato.

-Bueno, el asunto es que el viejo Cronos tenía dos ejemplares del Ruckauf ése y no quería venderle uno o canjeárselo a don Ledesma. Por eso se habían enemistado.

-¿Y quiénes más asistían a las reuniones?, porque dijiste que eran tres los que venían los viernes.

-Si, inspector, los otros dos son Luis Valenzuela, el relojero del barrio y don Laureano Vázquez, un matricero de precisión. A los dos don Cronos les debía plata y entre los cuatro se armaban grandes discusiones; por eso para mí, la noche de los viernes era una tortura. Pero, anoche me rebelé y no bajé de mi habitación de servicio para limpiar; me dormí profundamente, de cansada que estaba. Esta mañana, cuando entré a la sala lo encontré todo como usted lo vio al llegar.

-¿Seguro que no tocaste nada, m'ijita, antes de llamar a la policía? Decime la verdad porque es muy importante.

-¡Se lo juro, inspector! Además, con los nervios que tenía me temblaban las manos terriblemente, tanto que para poder marcar el número tardé como diez minutos, que me parecieron eternos!

-Te estas acercando a la Teoría de la Relatividad de Einstein, m'ijita..

-¿Y ése, quién es, otro coleccionista de relojes?

-Yo diría que es algo más que eso, aunque también tiene mucho que ver con el tiempo, pero...

E1 médico forense que entra a la cocina interrumpe la irónica frase del inspector Sábato.

-No tengo mucho tiempo, Sábato. Al viejo Cronos ya se lo están llevando a la morgue, para hacer la autopsia, pero le digo que tiene una herida en la región occipital; no obstante, parece que no fue instantánea la cosa, puede haber agonizado una o dos horas. En un rincón hallamos una copia en escala del Calendario Azteca con sangre y cabellos pegados, casi seguro que son del viejo, aunque el análisis dirá la última palabra, pero no hay dudas de que fue el objeto que usaron como arma para liquidarlo; la macana es que al ser de piedra reconstituida, con gruesos granos y relieves ,resulta imposible obtener alguna huella digital clara y completa. Además, hallamos algo muy curioso: el viejo sostenía en sus manos dos relojes del tiempo de Maricastaña, un viejo "Longines" de bolsillo y un cronometro "Vacherón"~

-Con eso no me ayuda mucho, doctor...

-Espere, Sábato, tiempo al tiempo... Usted sabe que a mi no se me escapa un detalle, por pequeño que sea; pues bien, noté algunas cositas singulares o raras, como a usted le guste, y ya que siempre me achaca falta de precisión en mis informes, le diré que ninguno de los dos relojes que Cronos Témpore

sostenía en sus manos estaba en condiciones de funcionar. No obstante, el Longines que apretaba en la mano izquierda marca la una y cincuenta minutos y el Vacheron, en su mano derecha, indica las tres. Yo creo que el viejo quiso dejarnos una pista, porque en el lapso que marcan los dos relojes pudo estar herido de muerte, pero con los sentidos aún activos para marcar esas horas...

-Todo a su tiempo, tordo, y no se meta en mi trabajo, que yo no acostumbro a despanzurrar a sus muertitos.

-¡No se enoje, querido inspector, que ya es hora de comer y si actuamos a un tiempo, todo ira mejor! Más tarde le mandare mi informe a su oficina.

-Al marcharse el médico forense, Sábato queda unos minutos pensativo, como si rumiara sus ideas. Al cabo, le dice al sargento:

-Pídale los datos a la chica, Domínguez, dígale que está en libertad, pero que la podemos llamar para tomarle declaración, que no se aleje de la ciudad,por ahora.

Mientras almuerzan, Sábato permanece con el ceño fruncido y no disfruta con los tallarines al champignon, su plato preferido. Están en la casa del inspector y esa comida es su especialidad culinaria.

-Prepare un tecito de boldo -dice Sábato, que ahora ya se pasea a lo largo y a lo ancho del comedor.

- ¿Sabe una cosa, Domínguez? -continúa- me parece que en esa hora y diez minutos que van desde las dos menos diez hasta las tres está la respuesta a este embrollo. Ahora, despues de que tomemos el tecito, vamos a ir a visitar a los amigos de don Cronos. Todos son viejos honorables, sin embargo, están muy comprometidos; pero, ¿quién fue?

Las visitas a los amigos de don Cronos Témpore, los últimos que lo vieron con vida, no arrojaron resultados inmediatos. Todos se habían retirado antes de las dos de la madrugada y según ellos, el inminente finado aun estaba vivito y coleando.

lunes, 1 de octubre de 2007

Una cuestión de tiempo (parte 2)

-Estamos como cuando vinimos de España, Domínguez -exclama el inspector- Parece que el único dato que tenemos es el enigma de esas dos horas diferentes que marcó el viejo Cronos ante su inminente óbito, mi amigo.

-Pero, digo yo, inspector: si los relojes que tenía el viejo en la mano no funcionan ¿cómo sabe que él marcó esas horas esta madrugada? ¿No puede ser que hayan estado siempre en esa posición?

-¡Bravo, amigo! Eso también se me ocurrió, pero no sé si habrá observado que los relojes sin funcionamiento de la mayoría de los coleccionistas y museos están marcando las ocho y veintiún minutos. Es como un código; incluso, se usó esa hora durante mucho tiempo para los avisos comerciales.
Algunos dicen que marcan el momento de la muerte de Lincoln; yo le agregaría que le erraron por cuatro minutos para vaticinar el tránsito de Evita, pero no me quiero ir por las ramas; fíjese en la sala, todos los relojes que no funcionan están marcando esa hora; así que el Longines y el Vacheron fueron cambiados adrede por don Cronos. Seguro que quiso marcar una pista para señalar a su asesino.

-¡Que viejo rebuscado! -¡Podía haber escrito el nombre, y listo!

Sábato permanece pensativo unos instantes.

-¡Eso que ha dicho me suena como muy importante, sargento! -dice al cabo- y no se por qué...Tal vez no tenía nada para escribir ni fuerzas para levantarse en ese momento, y los relojes estaban a mano, sobre la mesa...

De pronto, el rostro del inspector se transforma. Se ilumina como si hubiera recibido una revelación divina o ganado la lotería. Al éxtasis del primer instante le sigue una exultante reacción.

-¡Usted es un genio, sargento! ¡Vamos, volando, no hay tiempo que perder!

Corre con agilidad inesperada hacia la puerta de calle. Parece enajenado.
Ya en el automóvil, lo conduce velozmente por 1a ciudad mientras repite como un autómata: -¡Usted es un genio, Domínguez, un genio!- y las preguntas del sargento sólo obtienen como respuesta un monólogo deshilvanado de su jefe.

-¿Que descubrió, inspector?

Vacheron y Longines! ¡Usted es un genio!

-Pero,-insiste el sargento, ¿adónde vamos?

-¡El Vacheron lo puso a las tres y el Longines a las dos menos diez!... ¡Esta clarísimo... Usted es un genio, sargento!

-Inspector, me parece que este es el camino para ir a la casa de Ledesma, ¿no es asi?

-¡Que genio, señor, que genio!

Las cubiertas chirrían al girar el automóvil en la esquina de la calle donde vive Ledesma y entonces el vértigo de Sábato le parece justificado a Domínguez: "Justo a tiempo" -pensó- pues en la puerta de su casa Victoriano Ledesma esta a punto de ascender a un taxi. Las gomas vuelven a herir el aire con otra violenta frenada. El inspector atraviesa su automóvil delante del taxi que arrancaba y lo obliga a detenerse bruscamente. El viaje que pensaba hacer Ledesma sólo ha recorrido unos centímetros.

-Lamento interrumpirle el viajecito, Ledesma, pero han ocurrido algunas novedades -exclama Sábato mientras abre la puerta trasera del taxi y se ubica al lado de Ledesma.

-Tenemos el informe de un testigo muy importante aparecido a último momento -continuó el inspector- que lo identifica a usted sin lugar a dudas como el autor de la muerte de Cronos Témpore, coleccionista de relojes... Así que lamento hacerle cambiar con urgencia el destino de su viaje por el de mi oficina, para tomarle declaración.

E1 semblante de Victoriano Ledesma palidece. Baja la cabeza y oculta el rostro con sus manos. Un profundo lamento se oye en el interior del taxi.

-¡No quise hacerlo, se lo juro! ¡Ese condenado tozudo de Cronos me sacó de mis casillas!

La toma de la declaración no lleva mucho tiempo. Victoriano Ledesma reconoce que había vuelto a la casa luego de que se retiraran todos, para seguir negociando la compra del Roskoff.

E1 viejo Cronos se empecinó en su negativa y la conversación fue subiendo de tono, hasta que llegaron a las manos. Cronos lo empujó y Ledesma trastabilló hasta un rincón de la sala; entonces vió la reproducción en escala del Calendario Azteca y en un impulso irrefrenable la tomó con intenciones de sacudirsela por la cabeza a Cronos, pero este lo abrazó con ímpetu y forcejearon. La piedra azteca pesaba unos cuantos kilos, y en el vaivén de la puja -los dos son de fuerte carácter- el calendario se escurrió de las manos en alto de Victoriano y golpeó de refilón en la cabeza de Cronos.

-¡Le juro,inspector, que cuando yo, asustado por la gravedad a la que había llegado nuestra discusión, escapé corriendo de la sala, Cronos solo estaba tambaleante, como mareado~ y se dirigía a su escritorio... ¡No creí haberlo matado, se lo aseguro, inspector!

-Si, claro, -responde Sábato con sorna, ladeando la comisura derecha de su boca.

El timbre del teléfono interrumpe la declaración. Sábato deja de tipiar el relato de Ledesma y atiende. La voz del forense suena clara y excitada durante unos minutos en el oido del policía.

-¡Caramba, Doc, podría habérmelo dicho antes de tomarle la declaración a Ledesma, que ya casi la tengo terminada!

E1 inspector cuelga el auricular y exclama:

Tenemos sorpresas, Ledesma; parece que usted es un tipo con buena suerte. Cronos Témpore no fue asesinado. La herida que le produjo con la piedra azteca no tenía consecuencias mortales, un raspón, bah. ¡Murió a causa de un infarto del miocardio que sufrió poco después de la pelea! Así que su situación ahora se convierte en un expediente con la carátula de "Lesiones leves en pelea", que es excarcelable. ¿Que tal?

Horas después, Sábato y Domínguez ya fuera de horario de servicio comparten unos chops con Ledesma. E1 sargento aún conserva en su rostro una expresión de asombro-incredulidad-expectativa-interrogación y fascinación por la forma en la que Sábato ha resuelto el caso.

-Usted me dio la pista para la solución, Domínguez. Se acuerda que, cuando comentábamos lo extraño de las dos horas que había marcado Cronos en los relojes, usted dijo "¡Que viejo más complicado, podría haber escrito el nombre del asesino!" Ahí me avivé.¡Fue justo lo que hizo!... La frase suya me abrió el entendimiento, por eso le decía que usted era un genio... ¿Recuerda que había marcado las dos menos diez y las tres? Pues, bien,¡no eran las horas lo que quería indicar, sino las iniciales del nombre y apellido del atacante,Victoriano Ledesma! Las dos menos diez es igual a una letra"V", y las tres es una "L"! Además, para asegurarse de que su mensaje seria interpretado, hizo referencias cruzadas: el cronómetro Vacheron, marca que empieza con "V", indicaba la letra "L", y el Longines, que comienza con "L", indica la"V". ¡Así que con las posibilidades a su alcance nos señalaba que Victoriano Ledesma era su heridor!

-Pero,inspector... ¿Cómo dedujo usted que el viejo Cronos me señalaba a mi? - interroga Victoriano Ledesma- Los relojes también podían indicar las iniciales de Luis Valenzuela o de Laureano Vazquez...

-Eso lo pensé largamente durante unos segundos; alguna razón debía haber. Me di cuenta que como el viejo Témpore era un maniático del tiempo, que viene a ser lo que está entre el antes y el después ~supuse que en esas dos horas-letras que el marco también había una clave para interpretar su orden, y resulto ser muy simple: ¡las dos menos diez viene antes que las tres, mis queridos amigos!

-Pero, ¡usted mintió cuando dijo en el taxi que había aparecido un testigo a último momento, que me involucraba, inspector! -exclama ofuscado Ledesma.

-No es así, Victoriano. ¡El testigo era el propio Cronos Témpore!

-Inspector -terció el sargento- ahora que se va a apuntar otro poroto en su legajo, no se olvide de mi. Yo le di la punta de la solución,y hace mucho tiempo que no me dan un aumento... ¿Que le parece si...?

-Mejor esperate un tiempito, Domínguez -dice Sábato antes de masticar la última papa frita .

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Llegar a tiempo

-Con los muchachos del café arreglamos el mundo todas las semanas. Ahora, antes de ir a la reunión estoy leyendo el diario para llegar informado. Es un día lluvioso y lo gris del ambiente exterior parece contagiarse a mi ánimo cuando me agreden los sucesos dolorosos y trágicos que producen los responsables irresponsables de gobiernos u organizaciones líderes en el mundo, y los ciudadanos irresponsables responsables de sus conductas en la sociedad: desde guerras y atentados, hasta crímenes, violaciones y robos; ni los encuentros deportivos se salvan de la violencia...

Así, con el espíritu en baja, veo un oasis en medio del desierto calcinante. No tiene palmeras, pero sí el texto de una Fundación que anuncia un concurso de cuentos y otro de fotografías sobre la diversidad cultural en la Argentina: los participantes con sus obras deben contribuir a la convivencia social, promover la paz y rechazar la violencia, en pro de una conciencia social más tolerante, necesaria para una cultura de paz.

¡Que bueno! Salto en mi sillón por la alegre sorpresa, pues ese aviso significa que quienes creemos que el hombre debe dejar de lado el atajo de la corrupción, la inmoralidad, la violencia y el delito para elevarse merced al cultivo de sus cualidades altruistas, no somos pocos... ¡Tantas veces hemos hablado de esto con los muchachos de la barra! La mesa redonda de los domingos a mediodía ya es tradicional entre nosotros y tiene que haber alguna causa seria para que uno falte. Se tratan temas de importancia general y sinfonías tontas. Adelino -el patriarca- lleva recortes de artículos interesantes; Romualdo, algún libro de arte; Hugo suele venir con un poema nuevo, Enrique y Juan Carlos se trenzan en una "payada" escrita, ilustrada con dibujos humorísticos. Las sextillas y los monigotes van del uno al otro, con desafíos y respuestas y al final de la reunión las leemos. Son agudas y graciosas. Yo soy periodista y dibujante; siempre ando a las
corridas y llego tarde a las reuniones. Suelo llevar mis últimos trabajos antes de entregarlos: voy a comentarles esto del concurso. A Rodolfo, que es poeta y grafólogo, 1e aportamos escritos o firmas de gente famosa o de alguien de quien queremos conocer sus peculiaridades, y en un instante nos revela detalles de su carácter o psicología; parece magia. Dice que tiene un archivo enorme de textos ológrafos.

Todos somos argentinos. No tenemos sangre azul, pero por nuestras venas corre el colorido de las banderas de España, Italia, Israel, Francia, Rusia ó Corrientes; todo un atlas sin fronteras. En el grupo hay católicos, agnósticos, ateos, judíos, y también un muestrario variado de ocupaciones y clases sociales: comerciantes, empleados o profesionales; pero, en ese gran calidoscopio, en ese abigarrado conjunto sobrevuela un aglutinante. Así como una colorida ensalada resalta más en la ensaladera de loza blanca que la contiene, el bol que mantiene nuestro grupo unido esta constituído por afectos, amistad, sentimientos altruistas, solidaridad, y muchas otras facetas más del amor entre seres humanos.

-¿Y si formamos una mutual? -dice un día Aldo~y hoy, merced a sus esfuerzos, la Asociación Mutual de Escritores y Artistas Plásticos "Manos Solidarias" acaba de presentar la Memoria y Balance de su cuarto ejercicio, apoyando ediciones y presentaciones de libros, muestras plásticas, actos culturales y reuniones de camaradería. No en balde el isotipo que la identifica representa dos manos en un estrecho apretón:
una es blanca, la otra, oscura.

Siempre pienso que hay muchos como nosotros en el pueblo, en las provincias, el país... ¡en el mundo! ¡Qué bueno es desear que esas ondas positivas que emitimos son contagiosas y en lugar de las graves medidas de seguridad por la posible realización de un acto terrorista o la aparición de antrax u otro virus mortal que cultivan en oscuros laboratorios, los hombres abren su corazón para dejarse invadir por la convivencia, la comprensión; ¡y la alegría de estar vivos, caminando en el mundo, nos alcanza a todos!

Bueno, Jose Miguel, ya te estás pasando al pensamiento mágico, tal vez es mas sencillo adoptar una filosofía krisnamurtiana y creer que si cada uno de nosotros inunda su espíritu de paz y amor, llegará un día en que todo el mundo lo estará!

Volviendo al concurso, la propuesta de la Fundación es fascinante y atrae como un imán a las tachuelas cuando se caen al piso, pero esto que cuento no es un cuento (je, lo cuento y no es un cuento, paradoja entre verbo y sustantivo), para que sea un cuento-cuento le falta un argumento, una historia... ¡ah, ya se!: le voy a incorporar una experiencia personal que tengo por causa de los muchachos, y lo puedo titular "Llegar a tiempo", ¡si !, a mi, en cuanto se me ocurre un titulo, el resto me sale solo...

Recuerdo claramente cómo pasan las cosas: los amigos del café me gastan muchas bromas por esa pavada de llegar tarde a las reuniones, lo que no consigo evitar; no hay caso, por más que tomo todos los recaudos, algo siempre sucede que me atrasa. Las burlas y las "cargadas" me ponen mal el ánimo y, un poco para obligarme a mi mismo (aclarar que esta expresión es un pleonasmo y no una redundancia), les apuesto que para la próxima reunión seré mas puntual que el "five o'clock tea", y propongo una suma importante.

Aceptan, con la condición de que el dinero es para un acto o ayuda de la Mutual; ¡están seguros de ganar!, claro, ellos dividen entre seis o siete el total de la apuesta, mientras yo la afronto solo.

El día de la reunión salgo antes de casa para viajar tranquilo, pero, ¡siempre hay un pero!, el micro tarda en llegar y, cuando lo hace viene atestado de pasajeros; el tránsito está cortado por las manifestaciones de reclamos en las calles y diez cuadras antes del lugar de la reunión, ¡se rompe el motor del ómnibus!

Sin pensarlo dos veces, me lanzo a completar el recorrido a pié, debo hacerlo casi corriendo (no voy a poner al trote porque trotan los caballos), pues ya estoy comprometido con el horario, aunque si mantengo el ritmo, puedo llegar a tiempo.

Ya con la lengua afuera estoy casi al final de una cuadra y lo me faltan dos, cuando advierto una viejita que viene cruzando la calle transversal en dirección opuesta a la mía y hago cálculos para esquivarla, pero veo con horror que trastabilla y comienza a caer hacia adelante sin atinar a protegerse. Como en un relámpago me doy cuenta de que va a dar con su rostro en el ángulo del cordón de la vereda y un repeluz me sacude el cuerpo. Sin pensarlo (al escribirlo tengo que demorar la acción, como hacen en las películas, con cámara lenta), doy un gran salto hacia adelante y alcanzo a colocar mis brazos bajo las axilas de la viejita y, a duras penas, impido que estrelle su rostro contra el terrible filo de piedra. Después de los primeros instantes de estupor de los dos, la sostengo mejor y le ayudo a llegar hasta la pared, donde se apoya. Alcanza a balbucear un "Gracias, joven, ya estoy estoy bien", entre los aplausos de la gente que ve lo que sucede. Yo voy a dejarla que siga sola en mi afán de llegar a tiempo a la reunión, pero miro el reloj y veo que en ese momento se cumple la hora estipulada y aún me faltan dos cuadras. Entonces, como todo un caballero, invito a la viejita a tomar un té de tilo para que recomponga su ánimo, resignado con mi suerte.

Pasa media hora; cuando llego al bar la recepción que me hacen es antológica; las bromas habituales se multiplican incentivadas por la apuesta que he perdido. Hacen gestos de "poniendo esta una gansa"y las risas y exclamaciones atraen la atención de los parroquianos.

Entonces, yo -con mi mejor cara de Rett Butler cuando se aparta de Scarlet O'Hara en el final de "Lo que el viento se llevó"- suelto mi frase enigmática.

-Muchachos, aunque no lo crean, acabo de llegar a tiempo... -y no le les digo nada más.

Mientras saco lentamente el dinero del bolsillo, siento un coro de duendecillos traviesos que ríe dentro de mí.

Creo que esta historia va a servir. ¡Manos a la obra! Pongo el papel en la máquina y empiezo

LLEGAR A TIEMPO
Seudónimo: José Cito

-Con los muchachos del café arreglamos el mundo todas las semanas...

Nota: Este relato es un tributo a Damon Runyon, periodista y escritor estadounidense que renovó la técnica del cuento en la década del '30. Una de sus características mas salientes es que los relatos siempre son en primera persona y en constante presente, y los protagonistas son un grupo de bohemios de Nueva York. Entre nosotros, DR es mas conocido por haberle puesto el mote de "E1 toro salvaje de las pampas", (The wild bull of the pampas) al boxeador Luis Angel Firpo.

El hombre que veía caras (parte 1)

La primera vez las había visto en las nubes; después, en las manchas de humedad de las paredes o entre las copas de los árboles, al trasluz. Este recuerdo lo fascinaba porque en esas exploraciones que Alberto hacía a menudo al trasfondo de las imágenes de su memoria, siempre recordaba haber visto caras. En aquella ocasión inicial fue quizás influido por su ánimo, en la cercanía de la Navidad; y el descubrimiento resultó una revelación. Solía evocar emocionado ese momento que se le presentaba con toda claridad, cuando, aún pequeño, allí en el pueblo donde naciera, había visto a Papá Noel en el cielo. La impresión fue muy fuerte porque creyó que el viejito navideño lo estaba mirando a él desde las nubes.

Después, la vida le quiso explicar: con las altas temperaturas y la humedad que asciende desde la tierra se originan corrientes de aire caliente y suelen verse algodonosas formaciones de cúmulus que blanquean contra el intenso azul del cielo y sus formas cambiantes hacen imaginar figuras a las mentes inquietas, ávidas de fantasía. Castillos, leones, caballos y toda clase de animales, reales o imaginarios, se podían descubrir en esas tardes somnolientas, cuando Alberto se quedaba en el patio, bajo el parral, echado sobre la zalea, pensando en cómo iba a llegar a la Luna con una nave espacial que había construido en un barril de cerveza, mientras máma estaba convencida de que dormía la siesta.

Esa primera visión permaneció indeleble en su memoria, lo mismo que aquella otra vez cuando se rompió el caño de la canilla de la cocina y la humedad filtró por la pared, manchándola. El había visto delineada en sus contornos la cara del tío Miguel, de Mercedes, y se entristeció cuando repararon la pérdida y la mancha desapareció con un nuevo revoque, pues ya se le había convertido en una fuente de inspiración.

Todos los domingos, en las carreras de barquitos del Yacht Club Modelo, donde corría con su yate "Patoruzú" (producto de largas horas de trabajo modelista, pasadas entre costillas, cuadernas, cola fría, sierra de calar, masilla y pintura, con las manos cómplices de papá en el armado, y mamá en la fabricación del velámen), solía estar atento a las iridiscentes ondulaciones del agua pues siempre aparecía algún rostro. Las caras de la pileta eran mas fugaces que las otras y eso excitaba su imaginación para poder encontrarlas.

Tiempo después, cuando concurría al secundario, caminaba la veintena de cuadras hasta el colegio, mirando las copas de los árboles. Allí, entre sus engañosos y cambiantes dibujos de luces y sombras, solía descubrir infinidad de caras. Profesores y amiguitos, también rostros desconocidos, angelitos, o personajes de cuentos e historietas.

Con los años, esa condición se incrementó, estimulada por el propio Alberto, a quien ya se le había hecho un hábito el encontrar caras en cualquier dibujo informe que se presentara ante su vista. Podría decirse que su imaginación estaba condicionada, que se especializaba en hallar caras donde la gente solo veía hojas, nubes o manchas. Entonces, en cualquier momento y lugar, las buscaba ¡y las hallaba!, en los pliegues de la ropa de algún compañero ocasional de viaje, en las mesas de plástico veteado de los bares, en los mosaicos de los pisos o en los mármoles manchados de los edificios.

Llegó un momento en que tuvo miedo. Tan obsesivamente se sorprendía buscando caras que pensó en algún tipo de enfermedad mental haciéndolo su presa, pero, por esa época le ocurrió algo que lo distrajo de su manía. Cambió de empleo.

Alberto había desarrollado una personalidad atrayente, simpática en el trato, que lo fue orientando a participar en el área de las Relaciones Públicas y en ese aspecto de los negocios había hallado ubicación en una gran empresa.

Su vida se modificó: del monótono escenario de una gris oficina y sus compañeros con temas de conversación reiterados, había pasado a grandes salas con mullidas alfombras, equipos de aire acondicionado, amplios escritorios, secretarias y compañeros ejecutivos con temas de conversación reiterados.

En las reuniones de agasajos o presentación de algún producto, a las que asistía a menudo, su imagen se hizo popular. Ya fuese por su natural simpatía o deferencia en el trato, pronto se ganaba el aprecio de sus interlocutores. Por eso, algunos de los asistentes, luego de unos minutos de conversación, solían exclamar:

-"¿Sabe una cosa, Alberto? ¡Tengo la impresión de que lo conozco desde antes!"

-"¡Parece mentira! Ahora nos han presentado y es como si ya lo hubiera visto antes..."

-"Creo que ya nos han presentado alguna vez..."

-"Su rostro me resulta de lo mas familiar..."

Y mil frases mas, por el estilo.

Lo mismo le había sucedido cuando conoció a Gladys, que luego sería su esposa; en la primera salida ya era como si se conocieran desde siempre. Lo habían atribuído a la magia del amor a primera vista; pero ahora, frente a estos constantes deja-vu -pues Alberto sentía la misma impresión que los otros- lo relacionaba con las repetidas reuniones y entrevistas propias de su tarea, aunque no dejaba de llamarle la
atención, no le había dado importancia, hasta que una tarde, entre los dibujos de 1a blusa de su secretaria le pareció ver el rostro sonriente del presidente del directorio de "Edición Internacional" con quien habían firmado un contrato la tarde anterior. Esa visión fue como un disparador, y su costumbre de ver caras renació con toda la fuerza.

sábado, 1 de septiembre de 2007

El hombre que veía caras (parte 2)

La empresa donde trabajaba, en su marcha ascendente, había renovado los muebles de las oficinas y el alfombrado, y unas formas amebiáceas que campeaban en su diseño búlgaro eran como un caldo de cultivo para las caras que veía Alberto.

-¡Estas condenadas alfombras atraen mi atención a cada segundo y no me puedo concentrar en mi trabajo! -pensaba cuando se descubría con la vista desviada de sus papeles, buscando caras en el piso.

-¿No le gusta el nuevo mobiliario, señor? Lo noto algo cabizbajo desde que lo cambiaron -le dijo una tarde la secretaria y en ese instante se dió cuenta de que la visita al psiquiatra ya era impostergable.

Lo eligió con cuidado, aunque sin comentarlo en la oficina, no quería generar suspicacias o bromas o, tal vez, alguna reacción de la gerencia general.

Cuando entró en la sala de espera del doctor Cerveux, no pudo evitar un leve estremecimiento: los dibujos de la alfombra eran tan tentadores para buscar caras como una pintura de Tchelitchev. Mientras esperaba su turno, en lugar de repasar las revistas ya manidas, se dedicó a despuntar el vicio de buscar caras para poder explicarle al doctor todo lo que le pasaba, bien fresquito.

Luego de algunos minutos, entreveía ojos, bocas o narices por separado, hasta que cambió la técnica de búsqueda. Concentrándose más, dejó la vista perdida más allá del punto de enfoque, como cuando jugaba a descubrir figuras tridimensionales en láminas hechas mediante programas de computación, toda una moda algún tiempo atrás, en la que se consagró campeón imbatible entre los amigos del café. Entonces, sí; poco a poco, fue armándose la imagen de un rostro cada vez mas nítido, que lo miraba de frente. Era una cabeza afrancesada, de nariz recta y barbita candado. Las cejas fruncidas sobre unos ojos oscuros de mirada profunda, enmarcados por gruesas gafas. La visión era tan clara y admonitoria que congeló su corazón.

La voz suave del psiquiatra lo sacó de su ensimismamiento.

-Pase, por favor, señor Alberto...

Cuando turbado aún se incorporó, el doctor Cerveux ya se dirigía hacia el escritorio. Alberto lo siguió, mirando sus espaldas. E1doctor se sentó en un sillón que daba hacia la calle.

-Póngase cómodo, Alberto -dijo, mientras giraba el sillón para quedar frente a frente con el paciente.

-¿Y, bien?. Cuénteme que le pasa...

La espectativa, la profunda inquietud sostenida por Alberto durante toda su vida se elucidó en ese instante. Como en el cuento de Ambroise Bierce, en un relámpago comprendió el misterio de su comportamiento, los grandes enigmas que lo atenazaron siempre: ver caras y resultar ser alguien conocido para mucha gente, quedaron develados en un parpadeo porque la cara de Cerveux era la misma que había visto en la alfombra del consultorio.

Mientras esta catarata de sensaciones invadía su mente, el doctor, a quien Alberto veía como a través de un cristal ondulado, decía entre reverberos:

-¿No nos hemos visto antes, Alberto?...

Algo le hizo un click en su cabeza y una ruidosa carcajada surgió desde sus entrañas y salió veloz del consultorio.

En esa fugacidad había descubierto que las caras que el veía en algunas circunstancias, ¡también lo estaban viendo a él!

Aún reía cuando llegó a la planta baja.

viernes, 17 de agosto de 2007

Ya tiene psicólogo el pueblo

Historias de Ombú Caído


Ombú Caído, verano de l995

Sr. Ignacio García Licenciado en Psicología
Estimado amigo y colega:
Ya tiene psicólogo el pueblo


Tal vez te extrañen estas líneas después de dos años de ausencia mía "de los lugares que solía frecuentar" (como dicen las crónicas policiales) en Buenos Aires, donde charlábamos hasta la madrugada entre cerveza y cerveza tratando de arreglar el mundo y nuestros destinos personales.

Hacía ya mas de un año que después de sudar la gota gorda en los finales habíamos obtenido las licenciaturas que nos autorizan a explorar el alma de nuestros semejantes y estábamos descorazonados pues solo conseguíamos algún que otro empleo temporal para colaborar con departamentos de Recursos Humanos... Pero, no quiero irme por las ramas. La idea principal de esta carta es contarte que ocurrió en mi vida durante este tiempo, que no deja de ser una historia interesante. Voy al grano: como habrás podido observar, estas líneas están escritas en Ombú Caído, un pueblito tranquilo de la pampa bonaerense, donde yo siempre venía a pasar unos días en el verano. Pues bien, la última vez que vine lo encontré algo cambiado, o, mejor dicho, el cambio se notaba en sus habitantes, que siempre eran amables y conversadores en la calle o en los encuentros casuales, y ahora los veía taciturnos, encerrados en sus propios pensamientos, rehuyendo los contactos, aislados de sus vecinos. Una tarde fui a tomar un vino al boliche de don Telésforo, un viejo paisano que había ido reduciendo su almacén de ramos generales hasta quedarse sólo con el despacho de bebidas y algunas picadas.

-¿Que pasa en el pueblo? -le pregunté al viejo mientras comía un pedacito de queso de rallar.

-¡Déjeme de embromar, m'hijo, parece que andan todos con cara de culo! -el exabrupto surgió espontáneo, como si mi pregunta hubiera actuado como disparador- Luego, ya mas calmado, continuó:

-Mire~ Miguel, yo no sé que diablos esta pasando con la gente, acá; sobre todo con los de cuarenta para arriba. Desde hace cosa de meses, tiempo en que se instaló el supermercado ése en el bulevar, o, tal vez, un poco dispués, la gente empezó a mezquinar el saludo o el parrafito, como si todos quisieran aislarse en sus pensamientos, ¡Fíjese que hasta usté que viene los veranos no más, se ha dado cuenta!, y pa' mí la cosa va pa' pior; ¡ya he visto algunos que andan hablando solos por las calles!...

Me despedí del viejo con el misterio dándome vueltas. "Pueblo chico, infierno grande" era la única reflexión que se me ocurría. A la mañana siguiente, salí temprano para ir a comprar yerba en el almacén de Lina. Siempre que iba al pueblo pasaba a saludarla y me quedaba largos ratos en el negocio con cualquier excusa, sólo para oír a sus clientes. Lina les ponía la oreja a todos: Martha, la maestra jardinera (mejor dicho, maestra del Jardín de Infantes), le contaba su que hijito había pescado una angina que se la diagnosticaron como un falso crup y tuvo que salir corriendo en una noche de tormenta, con el chico que se ahogaba; la señora del herrero, que venía a comprar azúcar porque le habían recomendado ponérsela para cicatrizar unas úlceras que tenía en las piernas; el diariero de la esquina se lamentaba porque ya lo habían asaltado seis veces, y así por el estilo.

Imaginate, para mí era una experiencia notable; podía apreciar en la realidad muchísimas cosas que conocíamos sólo por los libros. Te puedo decir que decir que casi aprendí más en el almacén de Lina, que en la Facu. Yo mismo me hacía este chiste: "Será porque hay más alma en el almacén, que en Facultad?".
Para hacértela corta, así era el ambiente que yo iba a respirar durante mis vacaciones en Ombú Caído y grande fué mi sorpresa y decepción cuando llegue esa mañana a la esquina del almacén y el diariero me dijo que Lina había tenido que cerrar el negocio por la competencia brutal del supermercado del boulevar... Te aseguro que en ese momento fue como si se me abriera la cabeza: en una millonésima de segundo comprendí todo el misterio del pueblo. Lina, al cerrar el negocio había cerrado también la válvula de escape de las cargas psíquicas (¿o les decimos "muffas"?) de la pobre gente de Ombú Caído, que ahora no tenía desahogo para sus conflictos.

Hablé con el médico; no había psicoanalista en el pueblo y muchos ni siquiera sabían para que era "eso". Entonces, entre broma y serio, conseguí una sala y me instale como psicólogo, y aunque el médico aconsejaba a sus pacientes que me vieran, te aseguro que no venía nadie, hasta que, un día se me ocurrió hacer unos volantes con un texto mas o menos así: "Venga al consultorio de Miguel para contarle sus cosas como se las contaba a Lina en el almacén". Alguno apareció tímidamente, otro, después; yo les decía que tuvieran confianza, que era como si hablaran con Lina, y ellos se distendían. E1 asunto es que hoy día soy el psicólogo de Ombú Caído y todos me saludan con respeto al verme. E1 pueblo volvió a recuperar la sonrisa y las charlas entre la gente, que el supermercado del boulevar, con tantas góndolas de plástico e instalaciones cromadas, no les da oportunidad de practicar. Te preguntarás que paso con Lina. Pues, ¡me casé con ella!. Tiene unos hermosos ojos celestes del norte de Italia y un cuerpito de Regio Calabria. Es una excelente ama de casa, cuida con mucho celo a nuestro pequeño Sigmund y, además,¡resultó ser un extraordinario archivo mental de pacientes actuales y futuros!... A la espera de tus novedades, te abraza tu colega,

Miguel Román
Psicólogo de Ombú Caído .

lunes, 13 de agosto de 2007

Manuscrito hallado

Soy ateo. En realidad, más que eso,soy antidiós. ¿Cómo me van a venir a mí, un escritor famoso destacado por su gran creatividad, con el cuentito de la Creación, la Omnipotencia y la manzana, si yo puedo imaginar lo mismo y mucho más en una sola página?

Muchas veces lo he desafiado a ese señor Dios para que se manifieste pero, por supuesto, nunca lo ha hecho. En este momento que miro el parque de mi mansión y veo un simpático hornero caminando por el cesped, le hago otro desafío, a ver si alguna vez acepta: ¡Que yo desaparezca cuando el pájaro alce el vuelo! ¡Ja!, el hornero sigue orondo en el cesped; ahora mira hacia arriba y parece que quiere volar.¡Sí!, ya levanta el vue

martes, 7 de agosto de 2007

Retratos en stand Feria del Libro

Jaime Barylko

Norman Erlich

Marcos Zuker


lunes, 6 de agosto de 2007

Perro Mundo

Perro Mundo (publicado en diario La Nacion)






jueves, 2 de agosto de 2007

Mar azul. Cielo azul. Blanca vela.

Después de tanta espera, el gran día había llegado. La final del torneo mundial de pesca no sólo era ansiada por los participantes clasificados para ese extraordinario suceso, sino por todo el público. Su realización se había visto demorada por cuestiones técnicas que debían resolverse para hacer posible el encuentro. Uno de los puntos fundamentales era establecer las coordenadas donde se haría la competencia. La búsqueda demandó mucho tiempo, a pesar de que los organizadores contaban con elementos de última tecnología: sonares de alta frecuencia, visores de rayos laser y pantallas de plasma líquido, con detectores de movimientos submarinos, y sensores atómicos conectados con naves de propulsión magnética que pueden deslizarse sobre el agua sin tocarla ni producir oleaje.

Los medios de comunicación electronicós satelitales habían creado la expectativa internacional por el acontecimiento. La fecha tambien se había escogido siguiendo todas las informaciones de los aparatos meteorólogicos instalados en sondas espaciales, y, así, en ese día magnífico de sol en un cielo sin nubes, y el mar en la bahía elegida semejando un espejo azul verdoso, comenzó el torneo.

El público colmaba todos los lugares posibles además de los que estaban destinados a las autoridades y espectadores; la gente llegada de las más dispares latitudes atestaba la rambla de poliester ornamentada con frondosas plantas tropicales de aterciopeladas hojas de neoprene y lujuriantes flores de resinas policromáticas; los más jovenes trepaban a los árboles de acrílico para ver desde allí las pequeñas embarcaciones, joyas del diseño, modeladas con los mejores materiales sintéticos, con velas blanquísimas. En ellas, los pescadores semifinalistas de pruebas anteriores muy disputadas, siguiendo las reglas de la competencia debían utilizar solo viejas cañas de fibra de vidrio y, como cebo, otra antiguedad: moscas de filamentos de nylon. Con esos elementos encararían la ardua tarea que podía convertir a solo uno de ellos en un privilegiado triunfador mundial, único en la historia.

La Tierra ya habia girado bastante ese día y el sol iba transitando
su ruta celestial, los pescadores echaron mano a su paciencia por última vez y el publico, que se inquietaba con el transcurrir de las horas, devoraba las vituallas sintéticas y transgénicas que había llevado. Pronto el suelo quedó sembrado de etiquetas, botellas, servilletas, bandejas y envases de plástico que mas tarde recogería la megaspiradora para ser reciclados y usados en nuevas aplicaciones, pavimentos, construcciones, o para fabricar otros envases.

A pesar de la impaciencia que la espera producía en la muchedumbre, el ámbito se hallaba sumido en un silencio absoluto. Todos eran conscientes de que estaban viviendo momentos que serían un hito en la trayectoria de la Humanidad.

La tarde comenzaba a declinar y la escena parecía la imágen fija de una pantalla de cuarzo ionizado, o una olvidada fotocolor con respaldo de papel; todo estaba paralizado, como si el tiempo se hubiese detenido.

De pronto surgió un relumbrón fugaz en el agua. La multitud se tensó presintiendo algo importante. A los pocos segundos volvió a la superficie la huidiza visión plateada y un instante después, el pez, izado por la mano del pescador, surcaba el aire en un arco efímero, ascendente y final.

Entonces, la imagen estática explotó. Un estentóreo grito surgió unánime de todas las gargantas, como una atronadora rúbrica para la emoción contenida antes de la inminente culminación.

La presa, aterrorizada por el fuerte clamor, hizo una extraña contracción, se soltó del anzuelo, hundiéndose en el mar en medio de un borbollón de espuma, y desapareció.

Habría que esperar otra oportunidad para pescar ese pez, el último de todos los mares de la Tierra.

Nota: El título de este relato ha sido tomado de un poema de Arturo Cuadrado, en homenaje.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Este país...



Hay algunos nombres que además de identificar a las personas, influyen en el destino de quienes los llevan. Es como si los padres, al decidir cómo se ha de llamarese tierno recién nacido hubiesen podido entrever su personalidad, o bien, como si el peso del nombre obrara en aquel que lo posee, arrastrándolo con su influencia.

Uno de esos casos era el de Prudencio Perfecto. Nadie había visto nunca una persona tan identificada con su nombre. Prudencio era medido en el hablar, humilde al dirigirse a su jefe, cauto cuando respondíia a sus preguntas. Programaba hasta en los mínimos detalles todo su acconar cotidiano y nunca se apartaba del plan fijado. En síntesis, Prudencio era prudente y, además, metódico al summun. En su vida no ocurrían sucesos imprevistos, no había desbordes y hasta casi podría decirse que tampoco existían para él las emociones. Según algunos compañeros de oficina, em el fondo, era un inhibido, un cobarde, bah. Otros, menos cerebrales, al verlo organizado en exceso, lo hacían objeto de sus bromas.

-¡Dale, Prudencio! ¿Sos un tipo o una computadora?... -decía uno.

-¡Vos te preocupás tanto por cumplir con todas las leyes y ordenanzas cuando nadie les da bola!- exclamaba otro, y un tercero agregaba:

-No podés vivir a contrapelo, viejo... ¿No ves que este pais es una joda?

Los comentarios, en general, no lo molestaban, pero esta última frase le revolvía las entrañas. Lo hería por su cinismo y por la difusión que había alcanzado. Pero más le molestaba que toda la gente se hubiera abandonado a esa filosofía. Según Prudencio, ya nadie respetaba a los demás y -mucho peor- ni siquiera se respetaba a sí mismo. Era la pérdida de la moral, la selva en la ciudad. El caos. Sin embargo, él no abandonaba sus convicciones. Nada alteraría su dogma de buen ciudadano. Prudencio Perfecto jamás arrojaba un papel fuera de lugar, no escupía en el suelo ni cruzaba la calle si el semáforo no se lo indicaba.

Precisamente, esta ahora parado en una esquina esperando la luz que lo autorice a bajar a la calzada. Piensa cómo es posible que los coches no atropellen a los imprudentes que de puros vivos cruzan "de contrabando" mientras los vehículos pasan zumbando como avispones metálicos. La gente suele reunirse en grupos en la esquina a la espera de la luz para cruzar, pero, si el fluir de de los automóviles se hace menos intenso antes del cambio de luz, nuca falta el grupo que se anticipa a llegar a la acera opuesta, con bastante imprudencia.

Justamente, ahora sucede eso, pero él, Prudencio, nunca lo hará, no señor. ¿A qué lleva tanto apuro, sino a una posible desgracia? Así pues, se ha quedado solo en la esquina, aguardando la luz que le permita cruzar. Todos los impacientes ya lo han hecho, aprovechando que no hay automóviles a la vista. Luego de unos segundos la luz cambia y, entonces, Prudencio, ejerciendo el derecho que le avala el hombrecito blanco, cruza con paso firme y lentamente, casi con majestad.

De pronto, un automovilista inconciente avanza ignorando la luz roja. Bocinazo. Chirridos. Vidrios rotos. Golpe sordo y Prudencio está en el suelo sin saber que se muere. Su mente es una nebulosa y, entre las piernas de la gente que alcanza a ver en forma borrosa, oye voces, gritos..

Antes de sumirse en la oscuridad total, una frase de algún curioso le llega nítida:

-Este pais es una joda...

Marcel Duchamp desnudado por el humor célibe

Marcel Duchamp se estaba duchando cuando se acordó que faltaban solo dos días para enviar alguna obra al Salón de los Independientes que se anunciaba en Nueva York. "-No puedo hacer otro desnudo bajando la escalera -pensó- porque cuando la modelo vió la obra me dio un cachetazo, se fue y no la vi más. Que lástima, ahora podría enfocarla subiendo la escalera, que también era una visión muy interesante; sin embargo, alguna cosa tengo que mandar. Si escapé de Paris para que no me enrolaran en el ejército, debo hacer algo que justifique mi presencia acá." Y como era muy ducho para pensar bajo la ducha, Duchamp vio en ese momento el inodoro y un ralámpago cruzó por su mente. Había tantas tendencias artísticas que estaban en boga y otras que se insinuaban que merecían ir a parar a ese artefacto, que se le ocurrió una idea genial: lo presentaría como una obra que las resumiera a todas, ¡sería la síntesis del arte del momento! Le puso como título "La Fuente", no por el agua que por ella corre, sino como el origen de los nuevos caminos en el arte.

A pesar de todos los inconvenientes que le ocasionó ese envío (los amigos que lo visitaban, al no haber inodoro en el baño, orinaban en cualquier rincón de la casa), que había firmado con un seudónimo, por las dudas, -R. Mutt, que en inglés significa tonto, zoquete- Marcel no fue comprendido. Tampoco lo entendieron cuando en otro apuro por entregar una obra había montado una rueda de su bicicleta -que tenía desarmada para arreglarla- con el nombre de "Escultura". "-Estoy en el Nuevo Mundo, ¿no? -se decía- entonces soy como Adán: les doy un nombre a las cosas y por esa sola decisión mía ellas adquieren la escencia de obra de arte".

En esos días de la inauguración de la muestra fue a comprarse un traje y el sastre le preguntó, en pleno empuje de la producción en serie:

-¿Cómo lo quiere, signore? (Porque era del Ponto del Broccolino), ¿Sobre medida o "ready made"? (*)

Marcel reaccionó instantáneamente: le dio un fuerte abrazo al sastre, mientras lo besaba en las mejillas y reía como un loco.

-¡Gracias mesié! ¡Me ha dado el nombre de mi nuevo estilo artístico!"

El sastre , aunque no entendía nada de arte, aprovechó su euforia y le cobró el "ready-made" como si fuera de medida. Dicen que eso fue otra gran experiencia para Duchamp; él también haría lo mismo con sus obras.

En 1917, cuando USA entró en la Primera Guerra Mundial apareció otra vez el asunto del reclutamiento. Marcel (aunque esta vez no se estaba duchando) tuvo otra gran idea: "- A mí no me USAn!"-pensó-, y se vino para Buenos Aires.

Acá estuvo atorrando la mayor parte del tiempo y se pasaba los días sacándole virutas a trozos de madera, pero decía que se ocupaba del ajedrez, que era más fino, y como no tenía plata para comprar un juego en el bazar Costa, se talló uno que después anduvo mostrando por ahí.

Aquí podría haber conocido a un pintor andaluz, José Delgado, que había decorado el teatro Avenida con decadentes angelitos "bagocos" y tambén había pintado vidrios de propaganda para el té Lipton. Eso pudo haberle dado a Marcel la idea de su obra "Para ser mirada del otro lado del vidrio con un solo ojo, de cerca, durante casi una hora". También le escribió a su hermana Suzanne explicándole cómo podia hacer el "Ready-Made Desdichado", pero nunca llegó a realizarlo; es que él opinaba que "es más interesante pensar un trabajo que realizarlo" (Este Marcel cada vez me gusta más, merecería haber sido argentino).

En una ocasión, cuando estaba comiendo fideos en el restaurant "Chiquín" se le ocurrió otra obra: el "Metro de Azar en Conserva". Para obtenerlo basta tomar un tallarín, digo, un piolín de un metro de largo, sostenerlo a un metro del suelo y dejarlo caer de golpe. Las curvas graciosas así obtenidas -debidas al puro azar- podian conservarse apoyando un cartón engomado sobre el piolín (con la parte en gomada enfrentando el el piolín, of course). Cuarenta años depués, los creativos porteños seguían haciendo lo mismo con pedacitos de paples de colores. Según Les Lublin, acá se le ocurrió otro de sus seudónimos: Rrose Sélavy (así, con Rr en Rrose). Yo me pregunto: ¿Qué piringundines habrá frecuentado aquí, en BAires?¿Escucharía a Gardel-Razzano?¿Habrá visto la obra "Juan Moreira", o los monólogos de Parravicini? (¡Que tema le estoy tirando a María Esther de Miguel para una novela!) Lo cierto es que si lo hizo no les inspiraron ningún "Ready-Made".

Cuando finaliza la guerra vuelve a NY. Allí inconcluye "El Gran Vidrio" en 1923, con su título algo erótico de "La novia desnudada por sus propios solteros", pero no es una pintura sobre vidrio como habría visto en Buenos Aires. Marcel resume la técnica empleada de esta manera: un marciano envía una carta a sus compatriotas para explicarles cómo se hace el amor en la Tierra. Pero, en Marte los pinceles y las pinturas no se conocen ¿Cómo representar las imágenes, entonces? Duchamp tenía una idea: un vidrio al que se ha cubierto con una capa de barniz que tarda en secarse, es colocado debajo de la cama. Tres meses después, cuando se le vaya pegando el polvo en las partes barnizadas, lucirá un grisado suave y a los seis el grisado será bien visible. ¿Era esto la anti-pintura, como se pretende, o sólo la simple fiaca de ponerse a pintar?

Otro de los grandes enigmas de su vida es cómo hizo para sobrevivir cincuenta años en Nueva York, cuando todos comentaban que no vendía nada. Siempre se rehusó a contestar esa pregunta. Algunos dicen que daba cursos de frencés y lecciones de ajedrez. Tambien parece que se ocupaba de la venta de esculturas de Brancusi, obteniendo alguna comisión por ello. Asesoraba al coleccionista Walter Arensberg a quien, poco a poco, le vendió casi toda su obra importante. Un día cuando Walter vio en conjunto lo que había comprado durante años, lo donó todo al Museo de Filadelfia. Otros dicen que, como era un chico buen mozo, no habría rechazado la compañia de damas adineradas.

"-¿La moral? -dijo alguna vez- No tiene importancia, cambia cada cincuenta años". Su última obra "Given: 1. The Waterfall, 2. The Gas Light", estaba destinada a voyeurs: había que espiarla a través de dos agujeros hechos en una puerta. Mucho título, mucho título, pero, al final se veía una mina flaca, casi un andrógino, desnuda, con las piernas abiertas y una linterna en la mano. Yacía en un jergón contra un fondo de un paiseje pastoral (pintado) donde hay una cascada (real). Para esta obra trabajó en soledad durante veinte años.

Detestaba a Picasso, admiraba a Matisse, pero ponía al poeta Mallarmé por encima de todos. Como Rossini o Rimbaud, abandonó pronto la creación. Siempre recordaba cuando en su juventud tomaban unas copas de más con Picabía y salían por ahí a pintarles barbitas a las Giocondas que se le ponían a tiro. Si le pedían explicaciones sobre sus obras, a las que él llamaba "mis pequeñas cosas", decía: "sólo las hice por el humos, por el placer".

Un amigo mío, que tiene dificultad en el habla, no puede decir "Duchamp", siempre le sale "Duchant". Pero, claro, él no sabe nada de arte.

Autores consultados: Douglas Davis, Otto Hahn, Jay Jacobs, Jorge López Anaya, Jorgelina Loubet, Lea Lublin, Octavio Paz y Herbert Reed.

(*) ready-made significa "ya hecho" o "de confección"

martes, 31 de julio de 2007

Mi vida con Roxy

- Sé que me queda poca vida. Podría decir que muy poca. Estoy sumamente delgado -consumido sería la palabra-, y falta poco para que me deslice definitivamente de la existencia, por eso ahora me animo a hacer esta íntima confesión de lo que fue mi vida al lado de Roxy, esa hermosísima mujer que me dejó así.

Sí, Roxy, la famosa vedette que todo el mundo conoce. Fui su íntimo por un tiempo, breve en el almanaque tal vez, aunque yo soy de los que creen que la intensidad que se sienta es más importante que la duración de los momentos que se vivan, así que no me quejo. Pero vayamos por partes.

Mi nombre es Alexis y cuando nos encontramos yo también tenía mucho prestigio y era muy conocido, sobre todo, en el ambiente que Roxy frecuentaba. No es por vanidad, pero debo decir que ella vino a mi. Sé que sus compañeras del teatro le habían mencionado mi nombre. Desde el vamos fue una relación fulminante. Claro, Roxy es muy impulsiva y puedo asegurarles que hizo conmigo lo que quiso. Al principio yo trataba de escaparme, pero no pude evitar el destino. En la primera noche, no más, nos entregamos por completo.

Fue una relación hermosa. Yo saltaba de felicidad; la recorría lentamente y luego de acariciar su rostro y su cuello me iba deslizando hacia sus pechos divinos y, poco a poco, fui penetrando en su cálida y húmeda intimidad. Se me entregó por completo. Ella se sentía exultante, daba grititos de alegría y me apretaba contra su cuerpo. Yo vivía esos momentos como la cúspide de mi existencia. El éxtasis fue mutuo. Vaporosas nubes nos envolvían. Todas las noches esperaba con ansias para repetir esos encuentros. La aguardaba a la salida del teatro y, de esta manera vivimos un tiempo que fue hermoso, hasta que comencé a notarla algo distanciada de mí.

Por supuesto, ya lo habrán imaginado, había aparecido otro en su vida. Yo me negaba a aceptar esa idea, me rebelaba, pero ella hacía de mí lo que quería cuando me tenía en sus manos. Así tuve que resignarme y pasar de ser su preferido a ser uno de tantos. Y ahora, después de que le he dado casi toda mi vida, yazgo extenuado en este lecho blanco, esperando que alguna vez venga y, aunque ahora esté solo y abandonado, yo sé que ella ha derramado muchas lágrimas por mí. Esta es la pura verdad de mis relaciones con Roxy, que cuento ante el umbral de lo infinito... Dije que me llamaba Alexis, pero no les dí mi nombre completo; bien, ahí va: "Alexis, "el jabón de las estrellas".