Marcel Duchamp se estaba duchando cuando se acordó que faltaban solo dos días para enviar alguna obra al Salón de los Independientes que se anunciaba en Nueva York. "-No puedo hacer otro desnudo bajando la escalera -pensó- porque cuando la modelo vió la obra me dio un cachetazo, se fue y no la vi más. Que lástima, ahora podría enfocarla subiendo la escalera, que también era una visión muy interesante; sin embargo, alguna cosa tengo que mandar. Si escapé de Paris para que no me enrolaran en el ejército, debo hacer algo que justifique mi presencia acá." Y como era muy ducho para pensar bajo la ducha, Duchamp vio en ese momento el inodoro y un ralámpago cruzó por su mente. Había tantas tendencias artísticas que estaban en boga y otras que se insinuaban que merecían ir a parar a ese artefacto, que se le ocurrió una idea genial: lo presentaría como una obra que las resumiera a todas, ¡sería la síntesis del arte del momento! Le puso como título "La Fuente", no por el agua que por ella corre, sino como el origen de los nuevos caminos en el arte.
A pesar de todos los inconvenientes que le ocasionó ese envío (los amigos que lo visitaban, al no haber inodoro en el baño, orinaban en cualquier rincón de la casa), que había firmado con un seudónimo, por las dudas, -R. Mutt, que en inglés significa tonto, zoquete- Marcel no fue comprendido. Tampoco lo entendieron cuando en otro apuro por entregar una obra había montado una rueda de su bicicleta -que tenía desarmada para arreglarla- con el nombre de "Escultura". "-Estoy en el Nuevo Mundo, ¿no? -se decía- entonces soy como Adán: les doy un nombre a las cosas y por esa sola decisión mía ellas adquieren la escencia de obra de arte".
En esos días de la inauguración de la muestra fue a comprarse un traje y el sastre le preguntó, en pleno empuje de la producción en serie:
-¿Cómo lo quiere, signore? (Porque era del Ponto del Broccolino), ¿Sobre medida o "ready made"? (*)
Marcel reaccionó instantáneamente: le dio un fuerte abrazo al sastre, mientras lo besaba en las mejillas y reía como un loco.
-¡Gracias mesié! ¡Me ha dado el nombre de mi nuevo estilo artístico!"
El sastre , aunque no entendía nada de arte, aprovechó su euforia y le cobró el "ready-made" como si fuera de medida. Dicen que eso fue otra gran experiencia para Duchamp; él también haría lo mismo con sus obras.
En 1917, cuando USA entró en la Primera Guerra Mundial apareció otra vez el asunto del reclutamiento. Marcel (aunque esta vez no se estaba duchando) tuvo otra gran idea: "- A mí no me USAn!"-pensó-, y se vino para Buenos Aires.
Acá estuvo atorrando la mayor parte del tiempo y se pasaba los días sacándole virutas a trozos de madera, pero decía que se ocupaba del ajedrez, que era más fino, y como no tenía plata para comprar un juego en el bazar Costa, se talló uno que después anduvo mostrando por ahí.
Aquí podría haber conocido a un pintor andaluz, José Delgado, que había decorado el teatro Avenida con decadentes angelitos "bagocos" y tambén había pintado vidrios de propaganda para el té Lipton. Eso pudo haberle dado a Marcel la idea de su obra "Para ser mirada del otro lado del vidrio con un solo ojo, de cerca, durante casi una hora". También le escribió a su hermana Suzanne explicándole cómo podia hacer el "Ready-Made Desdichado", pero nunca llegó a realizarlo; es que él opinaba que "es más interesante pensar un trabajo que realizarlo" (Este Marcel cada vez me gusta más, merecería haber sido argentino).
En una ocasión, cuando estaba comiendo fideos en el restaurant "Chiquín" se le ocurrió otra obra: el "Metro de Azar en Conserva". Para obtenerlo basta tomar un tallarín, digo, un piolín de un metro de largo, sostenerlo a un metro del suelo y dejarlo caer de golpe. Las curvas graciosas así obtenidas -debidas al puro azar- podian conservarse apoyando un cartón engomado sobre el piolín (con la parte en gomada enfrentando el el piolín, of course). Cuarenta años depués, los creativos porteños seguían haciendo lo mismo con pedacitos de paples de colores. Según Les Lublin, acá se le ocurrió otro de sus seudónimos: Rrose Sélavy (así, con Rr en Rrose). Yo me pregunto: ¿Qué piringundines habrá frecuentado aquí, en BAires?¿Escucharía a Gardel-Razzano?¿Habrá visto la obra "Juan Moreira", o los monólogos de Parravicini? (¡Que tema le estoy tirando a María Esther de Miguel para una novela!) Lo cierto es que si lo hizo no les inspiraron ningún "Ready-Made".
Cuando finaliza la guerra vuelve a NY. Allí inconcluye "El Gran Vidrio" en 1923, con su título algo erótico de "La novia desnudada por sus propios solteros", pero no es una pintura sobre vidrio como habría visto en Buenos Aires. Marcel resume la técnica empleada de esta manera: un marciano envía una carta a sus compatriotas para explicarles cómo se hace el amor en la Tierra. Pero, en Marte los pinceles y las pinturas no se conocen ¿Cómo representar las imágenes, entonces? Duchamp tenía una idea: un vidrio al que se ha cubierto con una capa de barniz que tarda en secarse, es colocado debajo de la cama. Tres meses después, cuando se le vaya pegando el polvo en las partes barnizadas, lucirá un grisado suave y a los seis el grisado será bien visible. ¿Era esto la anti-pintura, como se pretende, o sólo la simple fiaca de ponerse a pintar?
Otro de los grandes enigmas de su vida es cómo hizo para sobrevivir cincuenta años en Nueva York, cuando todos comentaban que no vendía nada. Siempre se rehusó a contestar esa pregunta. Algunos dicen que daba cursos de frencés y lecciones de ajedrez. Tambien parece que se ocupaba de la venta de esculturas de Brancusi, obteniendo alguna comisión por ello. Asesoraba al coleccionista Walter Arensberg a quien, poco a poco, le vendió casi toda su obra importante. Un día cuando Walter vio en conjunto lo que había comprado durante años, lo donó todo al Museo de Filadelfia. Otros dicen que, como era un chico buen mozo, no habría rechazado la compañia de damas adineradas.
"-¿La moral? -dijo alguna vez- No tiene importancia, cambia cada cincuenta años". Su última obra "Given: 1. The Waterfall, 2. The Gas Light", estaba destinada a voyeurs: había que espiarla a través de dos agujeros hechos en una puerta. Mucho título, mucho título, pero, al final se veía una mina flaca, casi un andrógino, desnuda, con las piernas abiertas y una linterna en la mano. Yacía en un jergón contra un fondo de un paiseje pastoral (pintado) donde hay una cascada (real). Para esta obra trabajó en soledad durante veinte años.
Detestaba a Picasso, admiraba a Matisse, pero ponía al poeta Mallarmé por encima de todos. Como Rossini o Rimbaud, abandonó pronto la creación. Siempre recordaba cuando en su juventud tomaban unas copas de más con Picabía y salían por ahí a pintarles barbitas a las Giocondas que se le ponían a tiro. Si le pedían explicaciones sobre sus obras, a las que él llamaba "mis pequeñas cosas", decía: "sólo las hice por el humos, por el placer".
Un amigo mío, que tiene dificultad en el habla, no puede decir "Duchamp", siempre le sale "Duchant". Pero, claro, él no sabe nada de arte.
Autores consultados: Douglas Davis, Otto Hahn, Jay Jacobs, Jorge López Anaya, Jorgelina Loubet, Lea Lublin, Octavio Paz y Herbert Reed.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario