sábado, 28 de febrero de 2009

Baldes, cubos y súcubos

La lavandera que lavaba la bandera lavanda de la banda de música había perdido un balde y le pidió a Baldomero que lo buscara. Lo halló en un baldío junto a unas baldosas rotas. Se lastimó y humilló, pero lo que él creía un baldón no ocurrió en balde. La mujer, que era baldada, le agradeció, lo invitó a tomar un té de boldo, le regaló una lámina de Boldini y un dibujo de Baldessari. Esta actitud le causó gran sorpresa, fue un baldazo de agua fría.

Había otros dos baldes en el lavadero de la lavandera y como tres baldes son un balde al cubo, se acordó de un cubano al que le gustaban los juegos de palabras: Cabrera Infante, su preferido en las lecturas de siestas infantiles mientras comía cubanitos. Camino a su cubículo vio una muestra de pintores cubistas; al salir tropezó, se lastimó el cúbito y quedó decúbito supino arriba de un espino. En una florería una flor de vendedora, que él confundió con un súcubo, le puso unos cubitos. Con ojo de buen cubero, como curioso visitante recorrió el local con su mirada; al instante se le presentó el poema de un tocayo suyo que de suyo lo había impresionado: “Setenta flores y ningún balcón”, rememoró Baldomero, antes de sucumbir al súcubo.

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