Semanas atrás tuve un despertar muy parecido al de Gregorio Samsa, pero sin patas. Sentí un fuerte ardor y dolor en el costado izquierdo del torso y al quitarme el pijama para ver de que se trataba, quedé muy impresionado: una franja roja de una cuarta de ancho, con infinitas vesículas, abarcaba la mitad del tórax en un recorrido desde debajo de la escápula hasta el ombligo, entre la cintura y la axila, como si fueraun estigma causado por la camiseta de River con la banda debajo del hombro. Mi espíritu inclinado hacia el humor no me falló esta vez, pues pensé: "Bueno, al menos puedo anotarme en el casting para la telenovela de terror "La horrorosa cosa de la zona pantanosa".
La verdad es que en ese mismo instante supe que estaba siendo atacado por el herpes zoster, un virus que actúa en el sistema nervioso periférico y que alguna vez en mi juventud ya había padecido.
Aceptada -a regañadientes- la sufriente realidad decidí ver al médico pues el ardor y la picazón de la zona eran insoportables.
-Mire cómo he amanecido, doctor -le dije al médico de guardia mientras me alzaba la camisa.
-¡A la flauta! ¡Es el herpes zona, esto es muy grave!
-Gracias por alentarme, doctor- repuse tímidamente.
-¡Arde y pica mucho y es muy doloroso! - continuó con el aliento el galeno.
-¡Y que lo diga usted!- dije entre el asombro y la tentación de reír por la situación.
-Venga, en el segundo piso está atendiendo una dermatóloga, vamos a ver si lo puede revisar -ya había hecho su pase lateral.
La dermatóloga confirmó mi autodiagnóstico de Gregorio Samsa mañanero.
-Sí, es un herpes zoster. Es un virus que posiblemente ya estaba en su organismo y actuó ante una baja de las defensas. Como sucede con los virus no existe una cura inmediata. Puedo reforzar los nervios con vitamina B y darle alguna pomada para suavizar la piel, por lo demás hay que esperar el ciclo evolutivo que puede ser de semanas o meses, ya que en las personas mayores, como usted, suele atacar con más fuerza; ah, y no se moje la zona.
Me pareció que había, enfatizado eso de "mayores", y mientras me disponía a duras penas a enfrentar mi destino, la oí decir con sorna:
-…Si conoce alguna señora que lo cure con tinta china. Me sorprendió. Yo soy racionalista por naturaleza y descreo de las "curas" populares de las Madres Marías o los Panchos, Sierra, y ni hablar del Gauchito Gil o Ya difunta Correa, a las que ubico en un estadio primitivo al nivel de conocimientos que hemos alcanzado en el presente, y como un fenómeno de sugestión que se apropia de mentes crédulas de la magia ancestral, con algún grado de nesciencia.
-No conozco a ninguna, doctora -respondí- pero tampoco la buscaré. No creo en eso.
-Yo tampoco -me contestó.
-¡Bueno seria que usted creyera, doctora! -le dije bromeando. Tomé sus recetas y quedé en volver la semana siguiente.
Y aquí estaba yo, abandonado en el arroyo, con sufrimiento asegurado por un tiempo demasiado largo para mi gusto. Al volver a casa y como con un impulso masoquista, consulté un texto de semiología y clínica médica que se utiliza en la carrera universitaria que con explicación más técnica me confirmaba que se trataba de una radiculalgia asociada con una erupción eritematovesicular, denominada vulgarmente culebrilla, producida por un virus filtrable análogo al de la varicela; que no existe un tratamiento específico, sino sólo sintomático, y que el pronóstico es bueno evolucionando hacia la curación, aunque los dolores pueden persistir por un tiempo prolongado.
Paciencia y pan criollo, me dije dispuesto -o mejor dicho muy poco dispuesto- a soportar la culebrilla famosa, pero, a pesar de la aparente resignación, la rebelión al destino cruel era un hecho que crecía en mi interior y me llevó a comentar mi estado de salud con cualquier conocido o pariente que se cruzara en mi camino
Y ahí comenzó a formarse el embrión de estas líneas.
La primera fue una prima (alguna lógica debía haber, después de todo), enfermera de profesión, la que me arrojó la pregunta como una provocación o un casi reproche:
-¿Y, te hiciste curar? ...
Yo le expliqué que había ido al médico y que la enfermedad debía continuar su curso. La respuesta fue insistente, casi airada:
-!No, no! ¡Yo digo si te hiciste curar con tinta china, mi hermana sabe hacerlo!
Traté de ser gentil y paciente -maneras a las que debí recurrir muchas otras veces-, y le expliqué que yo no creía en esa leyenda popular pero no hubo caso; insistió en que lo que curaba no era sólo la tinta (después me enteré que a esa curación hay que asistir varias veces y se acompaña con oraciones y alguna manipulación, y que ese conocimiento debe trasmitirse en Nochebuena al iniciado.
Yo mantuve mi negativa a recibir dicho "tratamiento" y la respuesta fue muy parecida a las tantas que recibiría, más tarde:
-Y bueno, si vos querés sufrir… -esto dicho en un tono de conmiseración con cierto aire de suficiencia del que está en posesión de la piedra Filosofal.
Para abreviar, diré que esta circunstancia se repitió con distintas variantes, algunas inesperadas. Ante mi comentario acerca de la enfermedad que padecía, la respuesta no se hacía esperar: "¿Te hiciste curar?", o "Yo conozco una persona que lo cura con tinta china", y yo, como digno heredero de mis antepasados de la ciudad de Victoria, en el país vasco, respondía: "No, gracias, no creo en eso", y Si me encontraba con animo me explayaba para explicar mi posición: "Vea, en el estado de los conocimientos a los que hemos llegado -decía yo- me parece que recurrir a esa medicina es retroceder en el camino de la evolución y aunque algunas culturas más primitivas aún existen en forma paralela y sus costumbres han aportado muchas enseñanzas, a mí me parece que sería un anacronismo".
Era inútil. No pude convencer a ninguno de los devotos del sistema que mas ronda con la magia que con la razón; porque si continuaba la conversación empezábamos a dar vueltas sin poder convencer a mis interlocutores de la lógica de mis razonamientos y, además, comenzaban a soltarme una batería de revelaciones de su sabiduría popular: el mal de ojo, la cura de las heridas agusanadas mediante rezos, "tirar del cuerito" para curar el empacho (en esta última yo decía que ese pellizco podría activar una zona nerviosa y era más creíble). En suma, la "cura" de la culebrilla iba develando todo un universo infernal -en el sentido de mundo subyacente- muy arraigado en la mayoría de las personas.
A veces, el ánimo se me caldeaba y ante la persistencia en imponer lo mágico o lo milagroso en el terreno racional, se me presentaban escenas del juicio de la película "Heredarás el viento". Alguna vez; llegué a relacionarlo con el accionar de las religiones. En otra ocasión comenté: "El resfrío y la gripe son causados por virus. Un dicho popular sostiene que yendo al médico, un resfrío se cura en una semana y, sin ir, en siete días; a propósito agregaba yo con bastante crueldad: "¿No sabes si el SIDA se cura con tinta china?".
Siempre quedaba mal después de esos episodios, así que me dije: "Tenés que aprovechar y escribir sobre estas vivencias".
Un médico llegó a decirme que "no perdía nada si me hacía curar, y yo le contesté que en mi infancia ya había sufrido este mal, aunque más atenuado, y a mi madre le habían dado varios métodos para curarlo: pasar un sapo sobre las vesículas o bien untarlas con excremento de gallina. El profesional se quedó un momento meditando y luego dijo: "Y, tal vez por el amoníaco que contiene"...
A una profesora de Bellas Artes que simpatiza con lo esotérico, le dije que no creía en supersticiones y me contestó que no se trataba de supersticiones, sino de conocimientos empíricos.
Una escritora estuvo más orientada. Me señaló que debía tomar vitamina B para fortalecer los nervios afectados, pero luego agregó:
-Además, tenés que hacer te cruces con aceite para que el virus no pueda respirar...
En mi discurrir interior suelo ir de lo particular a lo general y al repasar estos hechos relatados, no en forma puntual como los he dado aquí para crear un clima de humor, sino en su "corpus", tengo la impresión de que los taumaturgos y sacerdotes que lideraron antiguas culturas, sabían o intuían cómo captar la voluntad y la sumisión de su rey (sin considerar el dominio por la fuerza y la opresión). Se habían adelantado a Freud y Jung miles de años y apelaban a la ignorancia -que ellos mismos propiciaban- la credulidad o la ingenuidad de sus súbditos para consolidar su poderío .Hoy día, el ser. humano después de milenios devolución, aún conserva esa inclinación por lo mágico o lo milagroso.
Por eso, desde los líderes mundiales hasta los avispados de la política y los demagogos se les hace el campo orégano con promesas, ilusiones o utopías, que rinden más que la verdad.
Los cuentos de hadas y brujas aún siguen teniendo vigencia, aunque con distinto maquillaje.
La palma de las respuestas es para una vecina que trabaja en una casa de modas y va siempre muy bien compuesta. Es simpática y elusiva. Nos hemos visto pocas veces, siempre por causas circunstanciales. Un fin de semana la encontré en el supermercado, en la fila de las cajas. Le pregunté si tenía cómo volver a su casa, pues yo la podía llevar en mi coche. "!Dale!", contestó.
En el corto trayecto me dijo que hacía algún tiempo que no me veía y entonces (no se puede desperdiciar una oportunidad servida!) le comenté de mi dolor culebril. Como ya lo habrán supuesto, la contestación fue:
-¿Te hiciste curar?
Y ante mi explicación de porqué no lo hacía, respondió:
-¡Entonces, estás sufriendo por huevón!...
Ella fue la última persona con la que comenté mi enfermedad.
Después de lo que conté me he encerrado en mi casa hasta que la sierpe deje de reptar por mi cintura; escribo divagaciones como estas, les doy miguitas de pan a los pájaros y les cuento lo que me pasa.
Hasta ahora ninguno me preguntó "¿Te hiciste curar...?, pero debo aclarar que aún no ha venido ningún loro.